Píldoras de mitología en la lengua

Las sirenas eran tres criaturas híbridas con cabeza o torso de mujer (bien despechugada, por cierto) y el resto del cuerpo (espántense seguidores de Andersen y de las almibaradas producciones Disney) de ave marina, en unos sitios gaviota, en otros cormorán. Asentadas en una costa peñascosa, con su música y canto hechizaban a los navegantes,... Leer más La entrada Píldoras de mitología en la lengua aparece primero en Zenda.

Jun 18, 2025 - 16:05
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Píldoras de mitología en la lengua

Entre los muchos regalos que Grecia dio a la cultura occidental y nos hizo ser lo que hemos sido hasta ahora está la Mitología. A través de ella nuestros ancestros quisieron comprender el mundo que los rodeaba en tiempos en que la Ciencia aún gateaba y, ante todo, intentar explicar las pasiones humanas a partir de las andanzas de dioses y héroes. Los mitos esclarecían tantas cosas que pasaron a formar parte de nuestra urdimbre. De hecho, palabras bien asentadas en nuestro idioma se enraizan en esos mitos que los griegos, tal vez inspirándose en culturas más antiguas, como la egipcia o la mesopotámica, hicieron suyos y nos legaron envueltos en el celofán de la inmortalidad.

Las sirenas eran tres criaturas híbridas con cabeza o torso de mujer (bien despechugada, por cierto) y el resto del cuerpo (espántense seguidores de Andersen y de las almibaradas producciones Disney) de ave marina, en unos sitios gaviota, en otros cormorán. Asentadas en una costa peñascosa, con su música y canto hechizaban a los navegantes, que dirigían sus bajeles hacia ellas, encallaban en los escollos y eran devorados por las antepasadas de la Sirenita. Hoy policías, bomberos, sanitarios y otros portan sirenas en los techos de sus vehículos; obreros y estudiantes acuden en fábricas y escuelas al reclamo inclemente de su sonar.

"Cuerpo de cabra, cabeza de león y cola de serpiente o dragón caracterizan a este bicho: la orgía que debieron de montar sus padres cuando lo engendraron"

Las harpías o arpías debían de estar emparentadas con las anteriores, ya que su cuerpo también era de ave y su rostro de mujer. Fueron creadas por los dioses para castigar a ciertos impíos: no les dejaban comer, arrebatándoles los alimentos o defecando sobre ellos. Hoy llamamos harpía a esa persona que si se muerde la lengua se envenena y que sólo sabe sembrar cizaña y verter inmundicias sobre sus congéneres. Por cierto, en nuestra lengua se suele aplicar a las mujeres, pero doy fe de que arpías machos haberlos haylos. Y tanto.

Tenemos grifos en nuestros hogares, pero ignoramos que les debemos el nombre a los helenos. Los conocieron en sus contactos con Mesopotamia y Egipto y los hicieron suyos: animales con la parte superior de águila, pico y alas incluidos, y la inferior de león. Puede que las primeras llaves colocadas en las bocas de las cañerías recordaran al pico de estos monstruos, y de ahí que llamemos así a las espitas que regulan el paso de los líquidos, aunque algunos ya no evoquen a las águilas.

"A uno lascivo y rijoso lo nombramos sátiro. Muchos ignoran que un sátiro era un ser con patas, pezuñas y cuernos de carnero y torso masculino"

Decimos que es una quimera que PP y PSOE boguen de la mano en bien del común de la ciudadanía y que sean honestos y consecuentes, una alucinación aún mayor, mas desconocemos que el palabro lo usaban nuestros antepasados para denominar a otro monstruo. Cuerpo de cabra, cabeza de león y cola de serpiente o dragón caracterizan a este bicho: la orgía que debieron de montar sus padres cuando lo engendraron. Seguro que una mala pécora sedujo a un león y ambos estaban tan hasta las trancas de cornezuelo que ni balaron en cuanto una serpiente se unió al cotarro. Luego nos quejamos de las noches de farra que se corren algunos hasta arriba de coca y alcohol: nuestros antepasados sí que sabían lo que era una buena bacanal.

A uno lascivo y rijoso lo nombramos sátiro. Muchos ignoran que un sátiro era un ser con patas, pezuñas y cuernos de carnero y torso masculino. Eran fuerzas de la naturaleza, ingobernables, compadres del dios del vino, Dionisos / Baco. Dado su natural híbrido, intentaban empotrar a cuanta ninfa, mujer, cabra o borrega les saliera al paso. De remilgados no tenían ni un ápice. Lucían ufanos el pelo de la dehesa.

Una ninfómana es una mujer de piernas abiertas y apetencias sexuales insaciables. El nombre, según el Diccionario de la Real Academia Española, proviene de los términos griegos νύμφη, nýmphē, clítoris, y –μανία, -manía, o sea, locura en el susodicho. Ninfas se denominaba también a unos seres mitológicos, mortales, pero con una vida más larga que la humana, que cuidaban de parajes de la naturaleza. Por cierto, motejar nýmphē al clítoris, al igual que estas criaturas benéficas e indómitas, me parece pura poesía.

"Le debemos a Grecia mucho más de lo que pensamos. Criaturas ingratas como somos, le agradecemos su herencia borrando la enseñanza del griego y de su vástago latín de las aulas españolas"

Entre las ninfas se hallaban las dríades, veladoras de los árboles (la más famosa, Eurídice, la amada por Orfeo), las oréades, protectoras de las montañas, o las náyades, cuidadoras de los cursos de agua. Eran silvestres, bravías, y algunas no les hacían ascos a los requiebros de sátiros, mortales o dioses, con los que engendraron algunos hijos, ni a acompañar a Ártemis / Diana en sus cariñosos baños sólo para chicas.

Por último, a un buen mozo le decimos que es un gigante sin percatarnos de que a estos mocetones nos los trajeron los griegos. Según Hesíodo nacieron cuando el segundo de los reyes de los dioses, Cronos / Saturno, capó a su padre con su guadaña. De la sangre y semen caídos a tierra surgieron estos tiarrones, mientras que de los que cayeron al mar nació Afrodita / Venus, la diosa más rutilante en hermosura y lascivia. Los gigantes brotaron tan talluditos que con su cabeza tocaban las estrellas. Para que nos hagamos una idea: la isla de Sicilia (unos 300 kilómetros de este a oeste) la colocaron los dioses para aprisionar al gigante Encélado, cuya cabeza se halla precisamente bajo el Etna, volcán que de vez en cuando da testimonio de la furia del coloso allí aherrojado. Por cierto, el capador Cronos era un titán, un zagalón más grande que un dios pero más pequeño que un gigante. Los dioses olímpicos tipo Zeus o Poseidón son entre 6 y 10 veces más grandes que un mortal. O sea, hagan cuentas del tamaño de un titán: uno de ellos, Atlas, quien en los confines occidentales de Europa da nombre al Océano que baña sus piernas, el Atlántico, sobre sus hombros soporta la bóveda celeste. En un encontronazo con Perseo éste lo convirtió, mostrándole la cabeza de Medusa, en la cordillera del Atlas, que se extiende por el norte de África durante 2400 kilómetros y cuyo pico más alto es el Toubkal, con 4167 m, al sudoeste de Marruecos.

O sea, sin saberlo hablamos griego. Le debemos a Grecia mucho más de lo que pensamos. Criaturas ingratas como somos, le agradecemos su herencia borrando la enseñanza del griego y de su vástago latín de las aulas españolas, bajando de los altares a Zeus, Hera o Atenea y poniendo en su lugar a zopencos perniciosos como Trump, Netanyahu, Sánchez, Abascal, Feijóo, Ayuso o cualquier otro tontográmer o famosuelo.

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