Aves de paso

Pido una caña y una tapa de boquerones en una terraza del sur. La camarera esboza un gesto de hastío, grita el pedido hacia el fondo de la barra y, pasados unos minutos, deja caer el vaso y el platillo sobre la mesa sin dedicarme ni una triste mirada. Para ella soy solo una sombra […] The post Aves de paso appeared first on 7 Caníbales.

Jun 17, 2025 - 05:40
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Aves de paso
Pido una caña y una tapa de boquerones en una terraza del sur. La camarera esboza un gesto de hastío, grita el pedido hacia el fondo de la barra y, pasados unos minutos, deja caer el vaso y el platillo sobre la mesa sin dedicarme ni una triste mirada. Para ella soy solo una sombra entre los miles de desconocidos que cruzan a diario esa esquina, camino de la catedral. No me lo tomo como algo personal, sabía a lo que venía: vistas estupendas, decoración típica, servicio regulero.
Unos días más tarde, en una terraza de la plaza principal de una pintoresca ciudad del Mediterráneo: dos copas de vermú corriente y un platillo de aceitunas. El camarero deja el ticket sobre el borde de la mesa y se queda quieto, quizá para admirar nuestra cara de desconcierto al ver el precio –¡35 euros!–, o tal vez para evitar que salgamos corriendo. Esboza una media sonrisa a modo de disculpa, se nota que no somos los primeros escandalizados.
El verano que empieza nos regalará un puñado de estampas parecidas en chiringuitos de playa, restaurantes típicos, bares de aeropuerto o cafeterías de museo. Hay un viejo dicho en el gremio de los taberneros que reza: ‘Ave de paso, escopetazo’. Justifica precios disparatados y una desidia en el trato que convierte muchos de esos establecimientos en el peldaño más bajo de eso que llamamos ‘experiencia gastronómica’. Lugares donde la relación entre cliente y hostelero es tan efímera como la que se tiene con un retrete: se entra, se alivian necesidades fisiológicas y se sigue camino.
Podemos culpar al turismo masivo, a la escasez de personal o al cansancio acumulado. Lo cierto es que somos tratados como una molestia transitoria, un número de ticket, un obstáculo que hay que despachar hasta el siguiente turno. La amabilidad en esos casos es vista como un derroche inútil: no hace falta fidelizar al que no regresará, ¿para qué molestarse?
Pero ojo, porque ese visitante fugaz sí que hablará de su experiencia, convirtiéndose en narrador de un destino que no saldrá muy bien parado. Paradójicamente, cuanto más volátil sea el cliente, más debería cuidarse su recuerdo: no hay oportunidad de redimirse.

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