Chaves Nogales: un debate puede que imposible
Al menos esa es la impresión que me deja el haber leído la extenuante segunda contribución de Ángel Luis Fernández, el reconocido editor de la revista Jot Down, a dicho debate o polémica. La nueva entrega se titula, de forma muy artística y creativa, al tiempo que coloquial y sin «rigidez académica» alguna, «El canon... Leer más La entrada Chaves Nogales: un debate puede que imposible aparece primero en Zenda.

Por lo que parece, debatir sobre las crónicas recogidas en Desde París, de Manuel Chaves Nogales, y sobre la edición que de ellas hace la doctora Morató, de la Universidad de Sevilla, es complicado, muy complicado, casi imposible.
Si resulta muy difícil discutir con el exitoso editor de Jot Down no es porque le falten ánimos para ello, para discutir, que los tiene muy sobrados, empezando por los títulos tan escogidos que emplea para ir calentando la arremetida contra Andrés Trapiello y contra este firmante. Resulta difícil porque Ángel Luis Fernández, aunque continuamente amague con entrar en la polémica sobre la edición de la doctora Morató, nunca jamás llega a entrar en ella, nunca se decide a abandonar las generalidades y las alusiones personales, nunca llega a proponer argumentos ni a desmontar o neutralizar los argumentos contrarios.
Ángel Luis Fernández revolotea o sobrevuela sobre las más distintas cuestiones, pero cuando aterriza (o eso parece), se queda siempre al resguardo amable de la orilla, sin adentrarse del todo en aguas profundas y, por lo tanto, sin mojarse apenas en el debate intelectual (recuérdese que una descalificación o un insulto nunca puede confundirse con un argumento, aunque a algunos se lo parezca).
Se contenta Fernández con conjeturar, por ejemplo, que Trapiello y yo formamos un delictivo club o una alianza de custodios conjurados para cerrar a la doctora Morató las puertas del paraíso chavista o que, como abuelos cebolleta, hemos perpetrado un canon igualmente cebolleta, gracias al cual pretenderíamos ser nosotros los únicos legitimados para decidir quién y quién no puede hablar o escribir sobre Chaves Nogales. ¡Qué deliciosa imaginación la suya!
Pero puede también enredarse, sin ir más lejos, con el anodino sintagma «rigidez académica» para espetarle a Andrés Trapiello que «resulta especialmente pintoresco que invoque la “rigidez académica” como un defecto en los demás» y también: «¿Cómo puede uno reprochar rigidez académica y al mismo tiempo saltarse sus principios más básicos con esa desenvoltura?». ¡Como si hubiera sido A. T. el primero en enarbolar ese desgastado emblema!
El primero en hablar de rigidez académica es justamente el propio Ángel Luis Fernández, aunque angélicamente, en su segunda intervención, parezca haberse olvidado de ello o haya tenido algún tropiezo en la comprensión del texto. Trapiello, queda claro para cualquier mediano lector, ni «invoca» ni «reprocha» nada al señor Fernández; de manera sencilla y concluyente le devuelve al editor de Jot Down, un tanto irónicamente, sus propias palabras.
En algún momento, parece como si Ángel Luis Fernández fuera al fin a centrar la discusión y se dispusiera a discutir cuestiones reales. Por ejemplo, cuando encarece que el rigor intelectual consiste en «el contraste de hechos, la verificación de las fuentes y el esfuerzo por escuchar a todas las partes antes de emitir un juicio»; aunque quizás lo citado se corresponda más con el orden jurídico que con el meramente intelectual. Pero enseguida se dedica a arrimar el ascua a su sardina —si se me permite este símil ictiológico o gastronómico—, o a marear la perdiz para mejor matar dos pájaros de un tiro —si se me autoriza a utilizar dos dichos violentamente cinegéticos— planteando un supuesto argumento definitivo: «En este caso eso pasaba, de forma bastante elemental, por haber preguntado a Yolanda Morató o a David González Romero, editor de El Paseo, antes de reproducir sin matices la versión de Abelardo Linares y el sonrojante invento de que hay un Chaves canónico».
Lo impresionante es que Fernández pretenda que haya que contrastarlo todo con la doctora Morató (o hasta con el editor, que no parece que se haya leído lo por él publicado, como ya argumenté en otra ocasión) y preguntarle a la doctora, sin ir más lejos, si, como digo yo, es cierto que todas las crónicas incluidas en su libro no son sino traducciones. Con el poético estrambote o añadido de que a la hora de acusarnos a Andrés Trapiello y a mí mismo de poco menos que de ser los carceleros de Chaves y los creadores de una campaña de descrédito contra la citada doctora no le viene a la cabeza, no se le ocurre de ningún modo la posibilidad de «contrastar» nada con nosotros antes de imputarnos las barbaridades que va a atribuirnos.
Como mi comentario o apostilla irá un poco por lo largo, empezaré por el final, que es lo más breve. Fernández termina afirmando la existencia de cierto «sonrojante invento», al parecer relacionado con mi versión o relato. Y ese «sonrojante invento» consiste, por lo visto, en decir e incluso en afirmar que hay un Chaves canónico. Pero como yo nunca he dicho ni diría eso, que es una tontería augusta, y Google no recoge ni una sola entrada en que aparezca la expresión «Chaves canónico», no tengo más remedio que deducir que «ese invento», tan realmente «sonrojante», del «Chaves canónico» es un invento del editor de Jot Down y de nadie más.
A lo que en realidad Ángel Luis Fernández alude, con pleno conocimiento de causa, es a un artículo mío en ABC de Madrid que puede considerarse el origen de la presente polémica. En dicho artículo, a modo de reseña, yo me reducía o limitaba a poner tres reparos y solo tres reparos a la edición, al cuidado de la doctora Morató, del tomo inicial de los Diarios de la Segunda Guerra Mundial de Chaves Nogales: Desde París.
El primero contradecía la afirmación doctoral de que Chaves Nogales produjo durante la Segunda Guerra Mundial poco más de seiscientas crónicas, lo que coincidiría justamente con las más de seiscientas crónicas reunidas por Morató, dato este que permitiría y ha permitido publicitar que al fin conocemos la práctica totalidad de todo lo escrito por Chaves en sus últimos cinco años de vida. Lo cierto es que el propio Chaves afirmó a mediados de 1943 que desde su llegada a Londres había producido casi un millar de crónicas, que sumadas a las más de doscientas cincuenta aparecidas durante su etapa parisina nos permitiría concluir que el total de crónicas y artículos de Chaves no es seiscientos sino entre mil doscientos y mil quinientos. Por lo tanto, este primer reparo o primera crítica es un hecho cierto, no algo opinable. Quizás por eso ni la doctora Morató ni el bien informado y rápido de pluma Juan Bonilla han querido, hasta el momento, opinar públicamente sobre este concreto asunto.
El segundo reparo está de algún modo relacionado con el tercero y toca o afecta al extraño modo que tiene la doctora Morató de seleccionar las crónicas que forman su libro. Hay tres fuentes principales: las crónicas publicadas en distintas ciudades de Brasil, las publicadas en La Habana y las publicadas en Buenos Aires. Las crónicas de La Habana, pese a no haber sido encontradas por la doctora Morató sino por Rocío López Palanco y estar ya recogidas en las obras completas de Garmendia, son siempre las preferidas, antes que las de El Sol o las de la prensa brasileña, mientras que las crónicas de la prensa brasileña son, sin embargo, preferidas, en toda ocasión, a las de El Sol. Esto que digo y sistematizo es lo que hace la doctora Morató. Son hechos, no opiniones.
El tercer reparo, el más decisivo, cuestiona la afirmación de la doctora Morató acerca de que todos los textos que reúne en su libro no son sino traducciones. De acuerdo a esa suposición, los escritos de Chaves Nogales eran traducidos por la agencia Havas al francés para luego, en los países hispanohablantes, ser traducidos de nuevo al español y, en Brasil, al portugués. Con el agravante de que, además, los muy numerosos textos brasileños tuvieran que ser (¡una tercera vez!) traducidos al español por la doctora Morató. Lo que quiero señalar es que resulta sumamente fácil verificar en qué idioma llegaban los textos de Chaves Nogales a América, si traducidos al francés o en español. Bastará comparar las crónicas aparecidas, en las mismas fechas, tanto en El Sol como en Diario de la Marina. Podrá confirmarse entonces que son absolutamente iguales, palabra por palabra. Por lo que no tendremos más remedio que deducir que no fueron traducidas a «lengua pivote» alguna, tal como afirma la doctora Morató. Esto es un hecho, no una opinión, ni una elucubración, ni una difamación.
A pesar de estos argumentos míos en ABC, o justo porque yo empleaba esos argumentos, con admirable desenvoltura mi admirado Juan Bonilla abordó este asunto en un artículo: «Abelardo Linares, el síndrome de Pupú Poulidor». Ángel Luis Fernández seguro que lo conoce bien, ya que fue publicado en su extraordinaria revista Jot Down.
Entre otras muchas delicadezas y dulzuras aderezadas por su pluma, escribe allí Bonilla lo siguiente: «Cabe preguntarse cómo un diario como ABC publica un artículo difamatorio sin contrastar: le hubiera costado muy poco preguntar a la doctora Morató o a la editorial El Paseo, no por las apreciaciones críticas de alguien tan poco atinado como Linares, sino por esas acusaciones. Ese es el nivel del periodismo en España».
Ángel Luis Fernández utiliza, exactamente, el mismo argumento ya utilizado por Bonilla de que no se le pueden poner reparos a la doctora Morató sin consultarlo antes con ella. Es decir, en lugar de meditar un poco para encontrar algún nuevo motivo de impugnación, algún nuevo argumento para la controversia, nuestro contradictor se resigna, con extremada facilidad por cierto, a presentar de nuevo el plato recalentado y un tanto mohoso de lo cocinado por Juan Bonilla, listo para su propio consumo y, lo que es peor, para el consumo de sus lectores, cosa que no puede dejar de ser decepcionante. Pero al menos nos confirma que el siempre afortunado director de Jot Down no quiere en realidad discutir nada ni debatir sobre nada.
Si realmente Ángel Luis Fernández quisiera polemizar o, lo que es lo mismo, defender la polémica edición de la doctora Morató le bastaría con tratar de argumentar un poquito sus rotundas, pero un tanto vacías, por demasiado sucintas, afirmaciones. Como el decir que lo de la doctora «no es un gesto de devoción: es una obra de inteligencia filológica» o que la doctora tiene «una trayectoria más que sobrada, con una edición crítica impecable, con conocimiento profundo del exilio intelectual», aunque con parecida seguridad podría habernos asegurado el enorme conocimiento intelectual que la doctora Morató tiene del exilio profundo, sea este el que fuere.
En realidad, no parece que Ángel Luis Fernández, hombre moderno y gran experto en redes, esté demasiado interesado en los exilios de la Guerra Civil, del mismo modo que no da la impresión de que sepa qué exacta cosa sea una obra de inteligencia filológica, aunque la verdad es que pudiera ser que en todo el mundo filológico no lo conozca ni lo entienda nadie.
Lo que sí se entiende a la perfección, aunque la transparencia resulte en este caso de lo más desconcertante, es que apueste toda su autoridad afirmando que lo llevado a cabo en Desde París por la doctora Morató constituye una edición crítica impecable. Estoy seguro de que ni siquiera la doctora sería capaz de pretender que el prólogo-estudio que ha preparado para su libro, nueve páginas y tres notas al pie, supongan o certifiquen «una edición crítica impecable».
También podría el señor Fernández animarse a pedirme explicaciones de por qué digo, por ejemplo, que la polémica edición está hecha con prisas y ha resultado por lo tanto en exceso precipitada, cuando a él, sin embargo, le parece valiente, rigurosa, pionera e impecable. Pero correría el riesgo de que yo le contestara, a modo de mero ejemplo, algo así como que el Chaves en Inglaterra de la doctora Morató, publicado por mí en 2023, sí que era una obra seria y meditada, que no incluía párrafos farragosos y escritos con descuido o torpeza o apresuramiento, como el que aparece en la página séptima de su prólogo: «No en vano, es a Flaubert a quien se le atribuye precisamente aquella frase que, más tarde, derivó en distintas versiones según el autor que la emplease: “El buen Dios está en los detalles”».
La revista Jot Down es, junto con Zenda, la más amena y mejor hecha de todas las que conozco circulando por internet, lo que no es un mérito menor. De seguro Ángel Luis Fernández tiene una enorme cantidad de saberes y capacidades. Pero me temo que (al menos en mi criterio viejuno de «abuelo cebolleta», nunca de custodio o guardia de la porra de canon ninguno) no se incluye entre ellos el de polemizar sobre asuntos literarios. Aunque también pudiera suceder que, a pesar de su admiración por la doctora Morató, no se haya leído aún este tan traído y llevado volumen y que de ahí provengan su reiterado uso del recurso ad hominem y las numerosas frases hechas y las vaguedades, creencias, pálpitos y suposiciones que salpican su relato.
Quizás por eso y no por ninguna otra razón me atreva a concluir este descargo aplicándole levemente dos aleccionadores refranes que no están ni en el Covarrubias ni entre los recogidos, hace ya más de un siglo, por Sbarbi o Rodríguez Marín, pero que merecen más y mejor uso. El primero versa sobre los que, sin conocer una materia cualquiera que encierre alguna complejidad, prueban a practicarla con indudable peligro, sea físico, sea intelectual: «¡Manolete, si no sabes torear, pa qué te metes!». El segundo pretende, en mi opinión, prevenir a los que (careciendo de argumentos con un mínimo de peso) imprudente e innecesariamente, inician cualquier clase de disputa o discusión que no podrán ganar: «Joven o abuelo, si no tienes narices, ¿para qué quieres pañuelo?».
La entrada Chaves Nogales: un debate puede que imposible aparece primero en Zenda.