Tres hurras por los clubes de lectura

La fuerte tradición asamblearia de las pequeñas comunidades estadounidenses, de congregarse los vecinos para debatir y votar sobre variopintos asuntos en los salones parroquiales, en los salones de actos de los centros de enseñanza o en las dependencias municipales fue el líquido amniótico para la gestación de los clubes de lectura, donde las personas demostraban... Leer más La entrada Tres hurras por los clubes de lectura aparece primero en Zenda.

Jun 1, 2025 - 04:05
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Tres hurras por los clubes de lectura

Mujeres tenían que ser. En los EEUU de finales del siglo XIX, cuando las sufragistas se movilizaban para reivindicar el voto femenino, surge el primer club de lectura tal y como hoy lo entendemos. No es de extrañar. Aquellas mujeres de clase media exigían votar, daban mítines, organizaban manifestaciones, escribían artículos en los periódicos, pronunciaban conferencias en las instituciones que les franqueaban el paso y, en suma, hacían ruido para despertar conciencias aletargadas o dopadas con prejuicios. Querían subirse al ferrocarril de la modernidad. Es lógico que, ávidas de reivindicarse a sí mismas, anticipasen el futuro e inventasen algo que no se les había ocurrido a los varones: leer conjuntamente un mismo libro y reunirse para hablar de él. La idea no era simple, sino sencilla. Y democrática.

La fuerte tradición asamblearia de las pequeñas comunidades estadounidenses, de congregarse los vecinos para debatir y votar sobre variopintos asuntos en los salones parroquiales, en los salones de actos de los centros de enseñanza o en las dependencias municipales fue el líquido amniótico para la gestación de los clubes de lectura, donde las personas demostraban en público su amor por la literatura a través de la puesta en común de sus opiniones. Todo el mundo, con independencia de sus creencias ideológicas o religiosas, de su condición social, de su estado civil o de su nivel formativo, tenía derecho a ingresar en estas fraternidades lectoras donde sólo se exigía el pasaporte de letraherido. Pero lo normal es que las solicitudes vienen avaladas por un entusiasmo de letraheridas.

El arraigo democrático en la sociedad estadounidense, unos niveles de vida que le sacaban varias cabezas al resto de países, el ser vanguardia en la conquista de derechos de las mujeres y el que éstas se mostrasen desinhibidas en muchas esferas explican el exitazo sostenido de los clubes de lectura, para estupor de sociólogos empastillados de materialismo histórico.

"Su composición mayoritaria es femenina. ¿Por qué? Los índices de lectura globales indican que las mujeres leen más que los hombres"

Echaron a andar con esa pasmosa naturalidad y sentido de la igualdad que caracterizaba, por ejemplo, a Alcohólicos Anónimos desde 1935, donde un grupo reducido de personas enganchadas al alcohol se reunían sentadas en círculo, se presentaban escuetamente y contaban sus experiencias, sus caídas en el infierno de la botella y su redención, y ello con el objetivo de que esa expiación pública entre sus iguales no generase reprobación, sino una comprensión encaminada a la rehabilitación. Pues algo similar hacían desde su fundación los clubes lectores: juntarse sus componentes ávidos de literatura para, con entera libertad, hablar acerca de un libro con el múltiple propósito de dar opiniones personales sin avergonzarse por ello, empatizar con los demás, exteriorizar sus respectivas emociones provocadas por la letra impresa y socializarse. En estos clubes no había opiniones más válidas que otras, y la pertenencia a ellos no buscaba un visado de estatus, sino la satisfacción íntima y una camaradería emocional.

Además, después de la apasionante lectura del ensayo de ciencia literaturizada El puente donde habitan las mariposas, de Nazareth Castellanos, estoy convencido que en esos clubes se produce la sincronización de cerebros y la sintonización de corazones de los asistentes, que cada sesión constituye —sin proponérselo— una terapia que dispara la autoestima, facilita la introspección y administra un chute de dopamina. Por eso todo quisque está deseoso de que llegue la siguiente quedada.

Sin embargo, su composición mayoritaria es femenina. ¿Por qué? Los índices de lectura globales indican que las mujeres leen más que los hombres, sobre todo ficción, de manera que en estos clubes la presencia de hombres es minoritaria, casi marginal. Creo que la explicación reside en la inteligencia emocional de las mujeres, cuya conectividad entre la razón y las emociones dispone de un cableado muy preciso. En este aspecto ellas funcionan con fibra óptica y nosotros con dinamo.

El primer club de lectura fundado en España no fue en las cosmopolitas ciudades de Madrid o Barcelona, sino en Guadalajara, y hubo que esperar a la década de 1980, la de la efervescencia cultural. En esos años, los ochenta, donde pasé de la infancia a la juventud, la censura franquista ya era hemeroteca y aún no existía la censura woke. Éramos felices a sabiendas.

"Los escritores invitados a un club para escuchar opiniones sobre su libro no se sientan en el banquillo de los acusados para ser juzgados por implacables lectores"

Hay clubes que van por libre y otros que cuentan con respaldo institucional o el apoyo de la obra social de una caja de ahorros. La novela es el género preferido y lo mismo tienen cabida best sellers que libros de circuito local, novedades que clásicos, autores populares que desconocidos. Hay de todo, como una botica que dispensase palabras escritas sin necesidad de receta. Esa irreductible libertad que los caracteriza los hizo sospechosos al principio por estos lares, donde el exclusivo ecosistema que decidía qué escritores pasaban a formar parte del canon cultureta y cuáles quedaban extramuros, desconfiaba de unos reductos autónomos —como la aldea gala de Astérix— guiados por el criterio propio y el puro placer lector, donde lo mismo les daba por escoger a Terenci Moix o a Stephen King que a Eduardo Mendoza o a García Márquez. Eran mujeres ingobernables y autosuficientes que, finalmente, se salieron con la suya hasta erigir sus clubes en silentes prescriptores literarios. No hacen ruido mediático, pero animan el cotarro que da gusto.

Han supuesto la entrada en acción de un nuevo actor en la industria editorial al hacer sus pedidos a las librerías, ayudar a propulsar el éxito de un libro determinado y soler llevar a los escritores a hablar de sus obras una vez que éstas han sido leídas por el grupo. Son como agua de mayo para el campo literario.

En la intensidad en blanco y negro de Doce hombres sin piedad, además de asistir al progresivo despliegue de bonhomía, carisma sin alharacas y razonamiento lógico de Henry Fonda, contemplamos la actitud berroqueña y hostil de gran parte del jurado que, reunido en torno a una mesa, debe decidir sobre la inocencia o culpabilidad de un acusado por homicidio. Desde luego, los escritores invitados a un club para escuchar opiniones sobre su libro no se sientan en el banquillo de los acusados para ser juzgados por implacables lectores, sino para escuchar, por lo general, gratas y razonadas opiniones que muchas veces sirven para conocer de primera mano no sólo qué aspectos funcionan en un libro, sino qué polifónicas resultan dichas opiniones, pues muchas veces resaltan cosas distintas. Cada libro encierra un microcosmos de interpretaciones.

"En EEUU existen clubes con cierta solera acaudillados por actrices y celebridades televisivas, y no hay que ponerse estupendo y criticar la iniciativa, sino decir que me parece estupendo"

He sido invitado por clubes de ciegos y de videntes. En los primeros, las letras entran por las yemas de los dedos, por lentes especiales o por el oído, y es sorprendente su capacidad para ver el mundo y las personas a través de los otros sentidos, dada su proclividad hacia la escritura sensorial. Y tanto en unos como en otros, he aprendido a escuchar críticas a corazón abierto que expresan lo que más les gusta y también si algo les chirría. Nunca he detectado peloteo, consejos para enmendar lo escrito ni discursos impostados. Y encima todo transcurre en un ambiente de celebración lectora, de conmemoración del Día del Libro en cualquier fecha.

En EEUU existen clubes con cierta solera acaudillados por actrices y celebridades televisivas, y no hay que ponerse estupendo y criticar la iniciativa, sino decir que me parece estupendo. Es indudable que las mujeres famosas que los apadrinan y dirigen imponen sus gustos literarios y lanzan al estrellato no pocos de los libros recomendados. ¿Y qué? Como si eso conculcase algún tipo penal.

Mi mujer pertenece desde comienzos de año a un club de lectura. Se reúnen mensualmente. Su dieta es omnívora, por lo que unas sopas de letras le resultan a ella más apetitosas que otras. Ha descubierto a Thomas Mann con La muerte en Venecia y a Han Kang con La vegetariana. Al premio nobel alemán lo leí un largo verano, a los veinte años de edad. Y de la para mí desconocida premio nobel coreana —del sur, claro, produce hasta sonrojo recordarlo—, me hablaba María José con tan misterioso entusiasmo que me zampé la novela en un pispás y quedé conmocionado por su estilo sobrio, su inteligente estructura narrativa y el desarrollo de una trama esdrújula: potentísima y originalísima.

Entre los rituales festivos que me gustan figuran el de romper con estrépito copas de cristal tras formular un brindis y el de la botadura de un barco, cuando la madrina lanza una botella de champán contra el casco del buque. Tampoco está nada mal el estruendoso ¡hip, hip, hurra! Así que lancemos tres hurras por los clubes de lectura para desearles larga vida.

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