El regreso irremplazable a la felicidad

Pero hay dolores verdaderamente insoportables. «Mi dolor de cabeza —escribía Nietzsche en su carta a Peter Gast—, ese martillo constante, y el fuego en mis entrañas. A veces siento que mi cuerpo entero es una sola llaga ardiente». ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo trascender dentro de un holocausto tan privado para el que ni siquiera hay... Leer más La entrada El regreso irremplazable a la felicidad aparece primero en Zenda.

Jun 10, 2025 - 15:35
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El regreso irremplazable a la felicidad

El dolor, sin su debido contexto, es sinónimo de fragilidad y aislamiento, de conversión y retroceso, de revancha y de un deseo inexplicable de imperfección. Al igual que una sólida trenza, el dolor compacta —y exprime— los asideros de luz en los que aún confiamos: nada sucede en él salvo la irreprimible perversión de quienes se creen aún con derecho a resucitar. En ese dolor pegajoso y opaco en el que todos hemos transitado alguna vez, hay siempre espacio para la revelación y el accidente, para la negación de la memoria y la imposición del futuro. Nada es irreversible, porque, muy en el fondo (repito, muy en el fondo), ansiamos aprender las mismas esferas de luz que un día dejamos olvidadas en ninguna parte.

Pero hay dolores verdaderamente insoportables. «Mi dolor de cabeza —escribía Nietzsche en su carta a Peter Gast—, ese martillo constante, y el fuego en mis entrañas. A veces siento que mi cuerpo entero es una sola llaga ardiente». ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo trascender dentro de un holocausto tan privado para el que ni siquiera hay explicaciones médicas? ¿De qué modo resistir frente al deseo de querer arrancarse las entrañas para no pervivir en el fuego y la consumación? ¿Cómo reprimir lo que se antoja irreal?

«Me pidieron que describiera el dolor, pero el dolor era indescriptible, era una escala del uno al diez que requería otra escala. Era como si alguien hubiera hundido una mano en mis tripas y las hubiera agarrado y tirado de ellas, intentando volverme del revés y no lo consiguiera y lo intentara de nuevo. Tal que así, mientras otra persona me daba rodillazos en la ingle».

Así comienza Garth Greenwell su novela Lluvia pequeña (Random House, 2025), un relato sobre su estancia en un hospital de Iowa, tras serle diagnosticado un desgarro en una de las paredes de su vena aorta: describiendo un dolor inexplicable, demasiado libre para las consensuadas escalas que miden lo que se antoja real e insoportable. En la soledad de su estudio, tendido en una delgada lengua de luz, expuesto a una de esas noches que emergen desde la violencia para destripar las tersuras del verbo, para Greenwell la salvación pasa por reabsorber la poesía.

"Lluvia pequeña no es una excepción, sino la magistral continuación de lo que, sin duda, debe considerarse un propósito literario y vital"

Al autor, nacido en Louisville, no le es ajena la exploración de la realidad a través de lo lírico, ni la búsqueda, casi siempre pausada, de las muchas miniaturas vivenciales en las que residen el deseo, la intimidad y el desarraigo. Su mirada introspectiva le ha permitido diseccionar los engranajes de la vergüenza y la extranjería, de la memoria y la rutina, con un acercamiento a lo que, en apariencia, es insignificante.

Y Lluvia pequeña no es una excepción, sino la magistral continuación de lo que, sin duda, debe considerarse un propósito literario y vital. En la novela de Greenwell, ganadora del British Book Award, los pequeños acontecimientos, casi siempre baldíos e inconsistentes, se convierten en la fuente de todo lo absoluto. Su mención al poema de George Oppen, El niño de un extraño, es una declaración de intenciones:

«Un gorrión en la calle adoquinada, pequeño, gorrión, redondo y dulce, el pájaro de Chaucer, o si una hoja destellase entre hojas, entre las hojas de la temporada… Los pies del gorrión, los pies del hijo del gorrión tocan piedra desnuda».

Es el mundo concentrándose en un gesto anónimo, ridículo en comparación con la algarabía de la historia, díscolo entre tantas ecuaciones perfectas. Porque cuando el dolor se transforma en residuo, y este en el preludio de un final que siempre se nos antojará detestable, solo queda concentrarnos en los pequeños territorios donde anidan la gravedad y la belleza, resistir, como bien dice Greenwell, en la fidelidad por el objeto concreto, particular, que es donde nace el amor en el arte; en nuestra devoción definitiva por lo real. Lluvia pequeña no es solo un relato sobre la enfermedad, sino la reconstrucción parcelada y sincera de ese mecanismo tosco que nutre nuestros cuerpos y sobre el que se erige, sin duda, «todo el edificio metafísico, el amor y la creación artística y el pensamiento, la poesía y la pintura, la posibilidad de Dios». Mecanismo en el que el dolor, por supuesto, pero también el silencio, el recuerdo, el amor, redirigidos por el sosiego y el tacto, el respeto por los detalles siempre ínfimos que desatan la poesía,cae sobre nosotros como un aguacero de minúsculas letanías y regresos irremplazables a la felicidad.

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Autor: Garth Greenwell. Título: Lluvia pequeña. Traducción: Antonia Martín. Editorial: Random House. Venta: Todos tus libros.

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