Los fantasmas también pueden besarse
Una novela compleja, pero no difícil, porque su lectura resulta agradable, y el hilo conductor —pese a los saltos en el tiempo y a los cambios, a veces más bruscos de la cuenta, de escenario que despistan al lector— tiene suficiente músculo como para que la acción se desarrolle por caminos accesibles y de manera... Leer más La entrada Los fantasmas también pueden besarse aparece primero en Zenda.

En la parte de “Agradecimientos” —sección que, en estos últimos años, se ha convertido en un clásico en todos los libros que ahora se publican—, Aixa de la Cruz —que sale de nuevo a escena después de dos o tres títulos anteriores verdaderamente espléndidos— mete el dedo en la llaga a propósito de un asunto que, a buen seguro, no pasará inadvertido a todo buen lector. Afirma la escritora bilbaína que el texto que ahora nos presenta estuvo a punto de engullirla. Y no es para menos, porque Todo empieza en la sangre tiene algo de novela artesanal, de relato escrito a base de golpes y en el que, finalmente, logra que encajen todas las piezas, de manera flamante, como el mecanismo de un reloj. Porque, de no haber llevado el cuidado necesario, la obra podría haberse convertido en un castillo de naipes derribado por el viento ante la falta de imaginación y creatividad.
Son muy pocos los personajes, pero de una intensidad excepcional. Salma, Paul, la hermana Montse y Violeta, la gran protagonista. Sin olvidar a su madre a la que Aixa de la Cruz retrata con un par de certeras pinceladas. Sin embargo, su papel, como el del resto de los personajes, es fundamental para entender la actitud de la joven e inestable Violeta, que ha jugado con las drogas y con otras adicciones que le ofrece la vida. Todos estos personajes parecen amarrados a la misma cuerda, encadenados, como sucede en la famosa película de 1946 del maestro Alfred Hitchcock.
Salma, una de las parejas de Violeta, representa la voz de la experiencia; la que trata por todos los medios de sacar del ensimismamiento a su amiga. Y es, además, el personaje que se construye sobre las cenizas de otro personaje, de Paul, que, poco a poco, va cobrando protagonismo en la obra hasta convertirse en alguien fundamental y decisivo al final de esta. Paul, el joven y virtuoso concertista al que Violeta quiso convertir en heterosexual, viene a significar, en esta bien contada historia, el elemento estable, lo que no pierde brillo a pesar del paso del tiempo, puesto que los fantasmas también pueden besarse, aunque no tengan cuerpo.
Llaman la atención los personajes de la madre —que conserva algún rasgo típico de las películas americanas actuales— y el de la hermana Montse, que acoge en un convento a Violeta cuando anda algo descarriada en busca de paz para el espíritu. Esta última, la hermana Montse, aunque seca, como le corresponde a su papel, resulta cercana, y representa el lado místico de la vida con sus frases proverbiales: “No hay mayor regalo que hallarse, al fin, donde una sabe que puede estar”.
La madre, por su parte, parece una actriz de otro tiempo, con una voz chillona, al borde siempre del llanto. Pero Violeta comprende que su propio trastorno es el resultado del trastorno de su madre, que, a su vez, es la consecuencia de la herida que le infligieron en la infancia: una concatenación de contagios que se remonta al origen de los tiempos.
Violeta, que se mira al espejo y empieza a reconocer el parecido con su progenitora —un gesto universal que nos convierte en adultos casi de la noche a la mañana—, es una chica que aún no ha aprendido a mirar. Y que, en un momento muy delicado de su vida, se encuentra con veintiséis años, un máster de Lingüística, trescientos euros en su cuenta bancaria… “y un embrión de seis semanas en la trompa de Falopio izquierda”. El propósito que le hace levantarse cada día con una mínima dosis de ilusión es “aprender a quedarse”. A veces, se encierra en sus lecturas —salen aquí a relucir los nombres de Sylvia Plath, la dama de la poesía confesional, Anne Sexton y Alejandra Pizarnik— y reflexiona sobre la siempre difícil convivencia en pareja: una vida que sólo tiene sentido —así viene a decírnoslo— si es un muro de contención contra la enfermedad y la muerte. Sabe, además, que, suceda lo que suceda —y a ella le va a tocar vivir casi todo—, siempre queda algo, puesto que nada se pierde del todo. En el colmo de sus contradicciones, sus ideas modernas —motivadas por la reacción contra sus padres— no van a impedir, sin embargo, aunque pudiera resulta paradójico, que Violeta sienta añoranza de un pasado más sólido y estable, remontándose, incluso, a la época de su abuela, cuando el destino era irrevocable.
En la obra saltan a la vista situaciones, frases y expresiones verdaderamente agudas, incluso magistrales, como si hubieran sido extraídas de alguna de las más conocidas novelas de Carson MacCullers o de Djuna Barnes. Como aquella en la que se asegura que “Hay cosas de las que nos despedimos sin despedirnos, sin oficiar ningún funeral ni rito de paso”. Premisa sobre la que mueve la novela de Aixa de la Cruz.
Todo empieza con la sangre, cuya acción tiene lugar durante la pandemia y tras el paso de esta, es un relato escrito con mucha garra, con una sorprendente seguridad y un tono que se mantiene de principio a fin. Aunque no es menos cierto que hay instantes en los que nos da la sensación de percibir momentos inconexos e incoherentes que la autora recompone de inmediato.
El vocabulario que emplea es selecto, sin necesidad de acudir en demasiadas ocasiones a lo jergal, si bien da esa sensación de naturalidad necesaria. Y el lenguaje, muy cuidado, a veces, incluso, exquisito, amén de un soberbio final en el que cuadra todo y no se deja ni un solo cabo suelto, sin necesidad de tener que sacar, a última hora, un conejo de la chistera.
Una obra, en resumidas cuentas, ambiciosa y no poco valiente en la que se indaga en el yo más íntimo y profundo del ser humano, el más oscuro y desconocido. De hecho, la cita inicial del evangelista Mateo es muy significativa para entender las intenciones de la autora: “Porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan”.
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Autora: Aixa de la Cruz. Título: Todo empieza con la sangre. Editorial: Alfaguara. Venta: Todos tus libros.

Aixa de la Cruz. © Guillem Sartorio
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