El resto de nuestras vidas, de Benjamin Markovits

Esta novela es un retrato exhaustivo del matrimonio, con todas sus capas y complejidades, de la amistad que se transforma a lo largo del tiempo y de la extrañeza que a veces generan los hijos cuando crecen. Al más puro estilo John Williams y Denis Johnson. En Zenda reproducimos el arranque de El resto de... Leer más La entrada El resto de nuestras vidas, de Benjamin Markovits aparece primero en Zenda.

Jun 24, 2025 - 12:05
 0
El resto de nuestras vidas, de Benjamin Markovits

Esta novela es un retrato exhaustivo del matrimonio, con todas sus capas y complejidades, de la amistad que se transforma a lo largo del tiempo y de la extrañeza que a veces generan los hijos cuando crecen. Al más puro estilo John Williams y Denis Johnson.

En Zenda reproducimos el arranque de El resto de nuestras vidas (Chai Editora), de Benjamin Markovits.

***

I

Cuando nuestro hijo tenía doce años mi esposa tuvo una aventura con un tal Zach Zirsky, a quien conocía de la sinagoga. Era un tipo un poco más joven que ella, no mucho, padre de tres chicos, todos menores que los dos nuestros, pero en cierto sentido estaba en la misma situación que mi mujer: ambos tenían pa rejas que ganaban mucho dinero, de modo que no hacían gran cosa, se aburrían, perdían la paciencia e incluso quizá se deprimían. La esposa de Zach era jefa de oncología en el condado de Westchester. Vi cómo Zach le acariciaba la mano a Amy por debajo de una mesita de picnic en la colecta de alimentos de Pu rim, al amparo de un mantel descartable. Era bajo, más o menos un metro setenta, moreno, de hombros anchos. Usaba camisas de lino, con los botones superiores siempre abiertos; en los pe los del pecho ya se le adivinaban algunas canas. Los domingos tocaba la guitarra en el templo, para los niños, y les enseñaba canciones judías como “Gira, gira, sevivon” (muy pro Israel pero de tono festivo: batamos palmas y plantemos árboles). Era de esos tipos que en los bar mitzvah salía a bailar con las viejitas y las niñas con coletas, así que también se sentía libre de abrazar a las madres más guapas y nadie se quejaba. A mí me caía mal incluso antes de verlo de la mano con Amy.

Mi familia de origen era católica, pero mi padre creía que la religión no era más que una especie de fiesta de etiqueta, y él detestaba la ropa elegante. Tal vez por eso yo jamás participé en las actividades de la sinagoga, de modo que Amy tenía ahí todo un entramado social y una identidad propia, y yo no.

Me contó lo de Zach cuando yo ya lo sabía y cuando ya se había terminado. Amy tenía una culpa tan intensa que no podía evitar enfadarse con la persona respecto de la cual se sentía culpable.

Que en general era yo. También me dijo que también que ría hacerme enfadar; que lo único que buscaba era alguna reacción, nada más, cualquier reacción, pero lo cierto es que yo no funciono así. Si hay algo que se pueda hacer para arreglar las cosas, lo intento. Pero en este caso no supe bien qué. Me dijo: No sientes nada por nada. Yo dije: Todo lo que hago lo hago por ti y por los niños. Sois lo único que me importa.

¿Entonces qué quieres hacer?, le pregunté. ¿Quieres que nos divorciemos?

Pero no, no quería. Al menos no hasta que los niños no se hubieran ido a la universidad. La casa y los niños eran los únicos logros visibles de los últimos doce años de su vida. La aventura con Zach no tenía ningún valor. Había sido más bien una especie de daño autoinfligido. (Ella sabía que yo sabía que a veces, de adolescente, se cortaba los muslos.) Una llamada de atención. Pero Amy es de esas personas que inventan relatos para justificar sus motivos y sus acciones, unos relatos tan convincentes que hasta ella se los cree, por lo que a veces es difícil hablar del tema o entender de verdad qué está pasando.

Te enamoras de alguien a los veintiséis, y vas viendo a esa persona bajo toda una serie de luces distintas, y la juzgas de acuerdo con el potencial que tiene, pero después de años y años de matrimonio, de criar hijos juntos y de tomar las miles de decisiones compartidas que hacen falta solo para sobrellevar los días, terminas por acumular tanta información sobre esa persona que después de un tiempo esos datos parecen… bueno, bastante fehacientes. Si aun así insistes en hacerte ilusiones, entonces la culpa es propia. Así que si sigues casado es porque has aceptado que esa persona es así, y que así es la vida que compartís, y dejas de esperar que el otro te dé o haga cosas que sabes perfectamente que es poco probable que sea capaz de dar o de hacer. Es como ser fan de los Knicks.

Pero igual me prometí una cosa. En cuanto Miriam vaya a la universidad, tú también te puedes ir. Quizás esa también era una fantasía, pero al menos me ayudó a sobrellevar los primeros meses después de que Amy me contara lo de Zach, cuando por el bien de los niños tuvimos que fingir que no pasaba nada. Pero era evidente que lo que teníamos, incluso con las aguas ya más calmas, era un matrimonio de notable bajo (lo que hace bastan te difícil obtener una puntuación más alta de siete en los otros aspectos de tu vida).

[…]

—————————————

Autor: Benjamin Markovits. Título: El resto de nuestras vidas. Traducción: Juan Nadalini. Editor: Chai. Venta: Todos tus libros.

La entrada El resto de nuestras vidas, de Benjamin Markovits aparece primero en Zenda.