La cara no tan oculta de Almudena
El motivo que llevó a Rafael Reig a escribir Lo que sé de Almudena, según sus palabras, fue corresponder a Almudena Grandes con una despedida que aún le debía. Él había sido, según nos cuenta, suficientemente cercano para hablar de ella en las distancias cortas, pero no tanto como para perder la objetividad. Y ¿por... Leer más La entrada La cara no tan oculta de Almudena aparece primero en Zenda.

Cualquier libro tiene siempre dos caras: la del autor y la del lector. Cuando el autor observa la suya, puede suponer cuál es la cara que se presenta ante el lector, pero no puede verla. Por eso los escritores suelen sentirse incapaces de juzgar de forma definitiva sus propios textos y por eso, cuando lo hacen, yerran. Como erró el mismísimo Cervantes prefiriendo Los trabajos de Persiles y Sigismunda al Quijote, o Shakespeare prefiriendo La violación de Lucrecia a El rey Lear. Del mismo modo, los lectores no vemos la cara oculta de la luna. Sólo vemos la obra que deriva de ese trabajo en las sombras, y el resultado puede ser mejor, peor, más cercano o más alejado de lo que el autor pretendía, pero nunca se verá igual.
Bien. Esta es la cara oculta de la luna, o al menos lo que el autor nos dice de ella. Pero lo que a nosotros nos alcanza del libro es otra cosa. Por decirlo en pocas palabras, Lo que sé de Almudena no viene a revelar una verdad íntima o inesperada sobre una autora afamada, sino todo lo contrario: viene a corroborar la percepción que todos teníamos de ella, sintetizándola y ejemplificándola con anécdotas reales, la mayoría divertidas y algunas emotivas.
Leyendo el libro, podemos reconocer el sentido del humor y el carácter desenfadado pero firme que intuíamos en Almudena Grandes cuando la oíamos en entrevistas, firmas y presentaciones. Podemos reconocer también la relación que sospechábamos entre ella y Luis García Montero, transparente y cariñosa, su gusto por la literatura del siglo XIX o sus ideas claras sobre mecanismos narrativos. En esta línea merece especial mención el capítulo “La teoría del descansillo”, en el que la autora utiliza un edificio cualquiera de Madrid como metáfora de su idea de novela y Rafael Reig nos sumerge en esa poderosa imagen, plagándola de detalles, a través de una narración que alterna el estilo directo y el indirecto.
Como éste, todos los recuerdos recopilados se suceden, saltando adelante y atrás en el tiempo, al principio de forma deslavazada (o quizá sólo en apariencia deslavazada), y avanzan entre otro tipo de recuerdos personales (sobre el paisaje literario, otros autores, editores, o la relación de Rafael Reig con su mujer), por un camino de humor omnipresente, ayudando a que la imagen de Almudena Grandes vaya ganando cuerpo antes de lanzarse a unos últimos capítulos tristes, tratados con una sabia mano izquierda que evita el sentimentalismo, pero no por ello renuncia a exponer un paisaje emocional devastador.
Pero dejando la estructura a un lado, lo que nos cuenta Rafael Reig, fuese cual fuese su motivación o su intención, es que la cara oculta de otros libros, de los libros escritos por Almudena Grandes, tal vez no estaba tan oculta, y se asemejaba bastante a lo que la intuición nos decía cuando ella estaba viva: que detrás de esos retratos de la España herida por el franquismo, detrás de esos libros sobre la mujer y su libertad sexual, había una autora tan abierta, cercana, alegre y comprometida como nos parecía.
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Autor: Rafael Reig. Título: Lo que sé de Almudena. Editorial: Tusquets. Venta: Todos tus libros.
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