La palabra y el silencio

Esta novela es de una honestidad desoladora. En su interior encontramos la confesión íntima de Soledad, una mujer incapaz de amar a su hijo, una joven herida por un pasado al que se aferra. Así pues, estamos ante una reflexión sobre el peso de la familia, sea eso lo que quiera ser. En este making of Ana... Leer más La entrada La palabra y el silencio aparece primero en Zenda.

Jun 23, 2025 - 18:35
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La palabra y el silencio

Esta novela es de una honestidad desoladora. En su interior encontramos la confesión íntima de Soledad, una mujer incapaz de amar a su hijo, una joven herida por un pasado al que se aferra. Así pues, estamos ante una reflexión sobre el peso de la familia, sea eso lo que quiera ser.

En este making of Ana Luisa Jacinto se adentra en el proceso creativo de Yo ya estoy muerta (Adel).

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En 2019 Camila Sosa Villada publica su novela, Las malas, como una proclama hacia su propio derecho de contar su historia, o la historia de las mujeres con las que se relacionó, que le enseñaron sobre la familia encontrada, el amor, la pérdida y el luto. En un momento, entre la autobiografía y la ficción, la narradora de la novela aclara:

El lenguaje es mío. Es mi derecho, me corresponde una parte de él. Vino a mí, yo no lo busqué, por lo tanto, es mío. Me lo heredó mi madre, lo despilfarró mi padre. Voy a destruirlo, a enfermarlo, a confundirlo, a incomodarlo, voy a desplazarlo y a hacerlo renacer muchísimas veces.

Su declaración, desde el primer momento que la leí, la sentí mía o, al menos, un pedacito mía, quizás una esquina doblada, porque antes que nada, antes que todo, en mí también se encuentra esa necesidad desesperada de retorcer el lenguaje hasta hacerlo sangrar. Sólo así lo siento respirarme, aunque duela, o debido a eso: a que duele. Para hablar del proceso de escritura de mi primera novela, Yo ya estoy muerta, editada por Adel Editores, tengo que volver mis pasos; si hay tanto en ella que parece más bien un cuestionamiento de voces fragmentadas es porque yo misma estoy hecha de lo que alguna vez me dijeron, de cómo esas palabras de los otros me moldearon y, al final, también de la manera en la que las torcí cuando crecí.

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Hace poco, buscando entre viejos escritos a medio terminar, encontré algo así como un ensayo compuesto por una serie de galimatías en los que, supongo, hay una conexión con esa necesidad mía de aturdir la palabra, de romperla. Comparto, a continuación, un pedacito del ensayo que llamé: “Yo soy cuerpo”.

Nos vendieron el cuento del príncipe azul. Chico perfecto que vendría a curar todos los males y a vivir felices por siempre a nuestro lado, y luego nos hicieron sentir mal por desear, por querer, por besar.

Las buenas chicas sólo amaban una vez, sólo se casaban una vez, el mayor honor era caminar hacia el altar vestidas de blanco y prometer frente a un padre pertenecer por siempre a tu esposo.

Las chicas malas, chicas terribles, decepcionaban a sus padres, a la iglesia y a la sociedad. Yo tenía quince años y el mundo me resultaba terriblemente injusto, sólo que no sabía cómo expresarlo. Me faltaban la capacidad, el conocimiento y, en última instancia, la valentía.

Me adueñé de las palabras después, conforme fui conociendo y leyendo. Las encontré poco a poco, las sembré con mucho cuidado y esperé pacientemente sus frutos, temerosa de perderlas y volverme a quedar sin la capacidad de expresarme, es decir, sin la capacidad de ser.

Existe una consigna dolorosa y poderosa: lo que no se nombra no existe. Pasé tanto tiempo tratando de entender qué piel habitaba, qué mundo acontecía a mi alrededor que, durante el proceso, fui reconstruyéndome una y otra vez. Pienso que Yo ya estoy muerta es algo así como un cuestionamiento a todas aquellas máximas con las que crecí. La historia, encarnada en una chica que no es capaz de amar a su hijo, presenta distintas aristas sobre el amor. ¿En qué momento debemos olvidar? ¿Se puede olvidar algo que nos ha lacerado tanto?

En Soledad, la protagonista, se conectan distintas voces que se superponen sin un orden claro. ¿Quién habla y por qué? ¿Quién calla y por qué? Son preguntas que se sostienen en los espacios, las pausas, el tiempo muerto y los espectros.

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En El libro de los abrazos (1999) Galeano explica que él escribe para aquellos que no pueden leerlo. Que se han quedado años esperando en la fila de la historia, los nadie. Su narración, siempre fragmentaria, se detiene en los sueños, las palabras, los mitos de la gente que lo rodea. Creo que, además de su capacidad creadora, tuvo el don de escuchar el mundo.

"No puedo dar una respuesta concreta de cómo la escribí o de los motivos detrás de por qué seguí ciertas pautas, pero sí puedo dejar caer algunas reflexiones"

A mi alrededor, en el México que vivo, el planeta que habito, la sociedad que me ha formado, hace mucho que las cosas no están bien: la violencia, el calentamiento global, las guerras, los femicidios… ¿Cómo hablar de aquello que nos duele tanto individual como socialmente?

¿Hay una manera?

Mientras escribía la novela pensaba en la adolescente que había sido y en ciertas ideas sobre el amor que me había hecho y le habían hecho creer a las mujeres a mi alrededor. No puedo dar una respuesta concreta de cómo la escribí o de los motivos detrás de por qué seguí ciertas pautas, pero sí puedo dejar caer algunas reflexiones.

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¿Qué me dice a mí Yo ya estoy muerta?

A veces me grita, tan fuerte que me aturde.

A veces es silenciosa, se mueve entre las sombras de mi propio pasado y me hace sonreír algo así como una mueca sarcástica.

A veces me hace llorar. ¿Cuándo? Cuando el hilo que me conecta con ciertos puntos de la historia me aprieta el pecho demasiado fuerte.

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Si Yo ya estoy muerta fuera un caleidoscopio, ¿qué miraría al final del tubo?

Los colores formarían una amalgama de pasado y presente, ¿quizás futuro también? Estaría llena de fragmentos de un pasado que nunca me perteneció y los ojos brillantes, ojos de animal muerto, de un bebé con las uñas de papel.

"No puedo dar una respuesta concreta de cómo la escribí o de los motivos detrás de por qué seguí ciertas pautas, pero sí puedo dejar caer algunas reflexiones"

Probablemente también estaría una casa museo, casa donde el tiempo no pasa, llena de las cosas de una persona que jamás volverá.

También vería el cabello rebelde de una chica —¿Soledad?— arremolinándose sobre su rostro una tarde cualquiera.

(Y más atrás, una sombra alargada y olvidada: ¿mi propia abuela?)

Porque eso, me digo, me susurro, son a veces las historias: fragmentos de momentos muy tristes, o muy brillantes, que ocurren días cualquiera, días nada especiales; el mundo sigue girando y a veces nuestro corazón está roto.

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Wisława Szymborska, poeta polaca, dice en su poema “Puede ser sin título”:

Ocurre que estoy sentada bajo un árbol,
a la orilla del río,
en una mañana soleada.
Es un suceso banal
que no pasará a la historia.

A través de sus ojos —ojos femeninos, ojos nadie, ojos otros— se narra la guerra, un suceso de la Historia oficial, pero también de los que morimos a cientos sin que se nos recuerde, los que quedamos sin justicia, los que lloramos al lado de un río sin que nadie nos escuche.

En “Puede ser sin título” hay otra frase que me parece sumamente poderosa: “El instante más fugaz también tiene un pasado”.

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Quizás en Soledad habitan tantas voces porque de eso es de lo que estamos compuestos los humanos, ¿no? Del ruido, y el silencio, a nuestro alrededor.

En cierta manera todos estamos conectados. Las voces de los otros residen dentro de nosotros, somos el idioma de nuestras madres, abuelas, cuidadoras, y después, mucho después, de todos aquellos que alguna vez nos amaron y nos odiaron.

Yo ya estoy muerta es quizá un poco el lenguaje que a la vez explota y que se queda en silencio, catatónico. Desde allí espero que rompa y desgarre para nombrar, para nombrarnos.

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Autora: Ana Luisa Jacinto. Título: Yo ya estoy muerta. Editorial: Adel. Venta: Todos tus libros.

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