«Cuando una relación se acaba se ve perfecta, porque no se puede manchar»

Gonzalo Núñez (Sevilla, 1983) publica ‘Los retratos desparejados’ (Sr. Scott), una historia que, entre cuadros flamencos de los siglos XV y XVI y las calles de Madrid, explora el deseo, la memoria y cómo las relaciones se disuelven o regresan. Núñez, que nunca ha vivido una segunda oportunidad amorosa ni cree demasiado en ellas, construye en su primera novela una narración pausada y digresiva con grandes dosis de ironía y ternura. ¿Cuál fue el origen de esta novela? ¿Hubo una imagen, un chispazo inicial? Sí, la idea nació al recordar algo que había visto hace años en una visita al […] La entrada «Cuando una relación se acaba se ve perfecta, porque no se puede manchar» se publicó primero en Ethic.

Jun 23, 2025 - 18:40
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«Cuando una relación se acaba se ve perfecta, porque no se puede manchar»

Gonzalo Núñez (Sevilla, 1983) publica ‘Los retratos desparejados’ (Sr. Scott), una historia que, entre cuadros flamencos de los siglos XV y XVI y las calles de Madrid, explora el deseo, la memoria y cómo las relaciones se disuelven o regresan. Núñez, que nunca ha vivido una segunda oportunidad amorosa ni cree demasiado en ellas, construye en su primera novela una narración pausada y digresiva con grandes dosis de ironía y ternura.


¿Cuál fue el origen de esta novela? ¿Hubo una imagen, un chispazo inicial?

Sí, la idea nació al recordar algo que había visto hace años en una visita al Museo Thyssen: los retratos matrimoniales flamencos, esos cuadros en los que el marido y la esposa aparecen en dos lienzos enfrentados. Con el tiempo, muchos de ellos se desparejaron. Me puse a investigar por curiosidad y de ahí surgió la idea de la novela. Me interesó cómo esas obras, al separarse, adquirían otro sentido. Y así nació el término «retratos desparejados», que es de cosecha propia, no existe como tal.

De ese punto, ¿cómo pasó a la historia de la novela? ¿Ya tenía algo pensado?

No, todo surgió de forma bastante orgánica. Yo quería escribir sobre el pasado, la memoria, cómo recordamos a quienes han pasado por nuestra vida y cómo eso condiciona nuestras relaciones posteriores. Y sin forzarlo, se me ocurrió vincular esa idea con una pareja del presente que es interrumpida por el regreso de una mujer del pasado. De ahí surgieron las dos líneas de la novela: la narrativa y la más ensayística. El proceso fue muy natural.

«Las novelas siguen ahí, amenazantes, esperando a que vuelvas»

¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿Tuvo muchas fases?

La empecé con mucha fuerza y la avancé muy rápido, pero luego me estanqué varios meses. La di por perdida. No quería saber nada de ella. Y sin embargo, al cabo del tiempo, la recuperé con bastante ímpetu y la terminé también de forma rápida. Las novelas son como un objeto que te acompaña durante meses, incluso cuando crees que ya las has abandonado. Siguen ahí, amenazantes, esperando a que vuelvas.

Luego llega el proceso de corrección, que a veces es igual o más duro que escribir.

Sí, esa es otra parte. Corregir, podar, pulir. Es menos lucida, pero absolutamente necesaria. Lo haces para intentar quedar satisfecho o, al menos, arrepentirte lo menos posible en el futuro. Porque nunca sabes cómo vas a ver tu propio libro dentro de dos, cinco o diez años.

¿Ya ha renegado de este?

[Risas]. Soy bastante neurótico. Me pasa con todo lo que escribo: artículos, cuentos, novelas… Un día pienso que he hecho una obra maestra y al siguiente que no vale nada. Es un vínculo extremo, y bastante ridículo. Esta novela se publicó el 30 de marzo, hace apenas tres meses, y ya la he amado y odiado varias veces.

Entonces, el término «retratos desparejados» es un concepto suyo. ¿Nunca pensó hacer un libro más teórico sobre ese tema, algo más desde la historia del arte?

No, porque no soy historiador del arte, aunque sí muy aficionado. Investigué bastante para el libro, pero desde el principio supe que no quería escribir un tratado artístico. Quería hacer una novela. Y el tema de los retratos desparejados me permitió hablar de otras cosas: del paso del tiempo, de los vínculos que permanecen o se diluyen, de cómo recordamos. Al final, la idea de esos cuadros separados me parecía una metáfora muy potente para hablar del amor y la memoria.

«La idea de esos cuadros separados me parecía una metáfora muy potente para hablar del amor y la memoria»

También habla mucho de las segundas oportunidades o de la pérdida de ellas. Como cuando dice que «muchas veces los sentimientos se confirman en la ruptura: uno se encuentra en el bolsillo un boleto de lotería caducado y descubre que tenía premio», pero «ya no sirve de nada» o «solo para mortificarse». «Nunca, mientras lo vivimos, valoramos lo suficiente esa energía supletoria que nos da el ser elegido por otro», añade. ¿Cree en las segundas partes?

Sinceramente, yo nunca he vivido una segunda oportunidad amorosa. Y no creo demasiado en ellas. El amor está muy marcado por el tiempo y el contexto. Cuando eso desaparece, es muy difícil reconstruirlo. No basta con la voluntad, como quien restaura un cuadro. El deseo funciona de otra manera, más ingenua, más intuitiva. Ahora bien, sí creo que ciertos sentimientos pueden sobrevivir al tiempo. Todos tenemos a alguien que se nos quedó en el camino. Alguien que, aunque sabemos que es imposible, sigue ocupando un lugar. Y también sucede lo contrario: te reencuentras con alguien que pensabas que seguía inspirándote algo, y te preguntas: ¿cómo pude sentir eso? Además, cuando una relación se acaba se ve perfecta, porque no se puede manchar ni manipular.

Aparte de la trama amorosa y el arte, hay muchas reflexiones en el libro. Por ejemplo: «No es raro que después de buscar una respuesta nos encontremos con más preguntas o que una prueba nimia revele una condición indeseable de la otra persona. A nadie se lo conoce de verdad en un plano fijo. Es importante la perspectiva». ¿Buscó deliberadamente un estilo más digresivo o salió así?

Me salió así. La novela no tiene una gran peripecia, no pasan muchas cosas. No es una trama que se expanda hacia los lados, sino hacia el fondo. Se va excavando. Lo que me interesa es plantear reflexiones sobre el amor, la memoria, el arte, el tiempo, la imagen… Hay muchas citas, referencias filosóficas, cinematográficas, incluso psicológicas. En ese sentido, conecta un poco con autores como Kundera o Javier Marías, que no solo narran, sino que piensan a través de la narración.

«Los lugares son casi personajes, influyen en el comportamiento y las decisiones de quienes los habitan»

En cuanto al estilo, ¿cómo lo trabajó en comparación con Los búlgaros?

Son libros muy distintos. Los búlgaros tenía un estilo más juguetón, irónico, directo. Esta novela es más morosa, más poética, más trabajada en la forma. Yo sí veo conexiones entre ambos, pero apuntan a registros distintos.

Los espacios también tienen un peso importante. Se repiten lugares como el Thyssen, ciertos restaurantes, calles concretas… ¿Qué papel juega el escenario en la novela?

El espacio es fundamental. Hay muchos lugares de Madrid que son importantes para mí, que he vivido intensamente durante los diez años que pasé allí. El Museo Thyssen es capital en la novela; aparece varias veces y marca momentos clave. También el restaurante de El Comunista, en Chueca, un sitio casero donde comía a menudo. Y el Rastro, claro. Esos lugares son casi personajes, influyen en el comportamiento y las decisiones de quienes los habitan.

«Las mejores historias son las que se viven en silencio»

Recuerda a ratos a las películas de Jonás Trueba o a comedias francesas, que son muy urbanas, a ratos lentas, pero llenas de capas.

Sí, me lo han dicho también. Jonás Trueba apareció ya como referencia cuando publiqué Los búlgaros, y en esta novela también hay algo de eso. Ese pasear por la ciudad como si la ciudad misma construyera la trama. Ese tono contemplativo, pausado, con cierta melancolía. Es una forma de contar que me interesa mucho.

Si pudiera juntar realmente esos retratos desparejados, ¿le pondría pie de foto, contaría la historia que hay detrás o dejaría que la gente imaginara?

Yo creo que las mejores historias son las que se viven en silencio, las que permanecen ocultas. Si pudiera juntar esos cuadros, los dejaría juntos para siempre, pero sin cartela, sin texto. A veces lo más bonito es descubrir las cosas por uno mismo, atar cabos, no que te lo cuenten todo. Como se dice, a buen entendedor, pocas palabras bastan.

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