48 horas en Jávea: qué ver y qué hacer en una de las ciudades más populares de la Marina Alta alicantina
En la esquina más oriental de la provincia de Alicante, donde la tierra parece asomarse al Mediterráneo para tocar el horizonte, se encuentra Jávea. Cobijada por el imponente macizo del Montgó y abrazada por los cabos de San Antonio y la Nao, Jávea conserva un equilibrio casi perfecto entre el alma mediterránea más antigua y los encantos de un destino contemporáneo. Aquí el mar no es solo paisaje, es protagonista; sus aguas templadas y su clima suave han sido testigos de siglos de historia. Jávea es un lugar donde el tiempo ha decidido no pasar del todo. En su casco antiguo, de casas encaladas y calles angostas, todavía resuena el eco de los siglos pasados. Fundada mucho antes de que existieran fronteras modernas, sus raíces se hunden en el Paleolítico, con vestigios humanos en cuevas como la Foradada. Fue punto de actividad romana y, siglos después, bastión defensivo frente a piratas berberiscos. De aquella época queda la iglesia-fortaleza de San Bartolomé, construida en piedra tosca y símbolo inequívoco del carácter resiliente de sus gentes. En el siglo XIX, Jávea floreció gracias al comercio de la pasa, que partía hacia el norte de Europa desde su pequeño puerto. Hoy, la villa ha abrazado el turismo sin perder su esencia. Con cerca de 30.000 habitantes, y una comunidad internacional notable, ha sabido conservar ese aire de pueblo grande donde se mezclan acentos, historias y tradiciones. La vida aquí transcurre al ritmo del sol, entre el bullicio amable de los mercados y el rumor constante de las olas, expandiéndose durante varios kilómetros entre arenales y viviendas próximas al mar. Playa del Arenal. ©Comunitat Valenciana. Además de su casco histórico y su puerto con sabor marinero, Jávea está salpicada de joyas naturales: playas de arena fina como el Arenal, calas de postal como la Granadella, acantilados vertiginosos y senderos que serpentean entre pinares y miradores con vistas imposibles. En pocos lugares se puede pasar del bullicio urbano al silencio del monte o la calidez de una cala en tan solo minutos. Bahía de Jávea. ©Comunitat Valenciana. Y como todo rincón mediterráneo que se precie, Jávea también se descubre en la mesa. Sus sabores hablan de mar y huerta: arroces melosos, cruet de pescado, esgarrat, cocas caseras o pulpo seco al sol. La tradición gastronómica se acompaña de vinos locales, especialmente el dulce moscatel, en un festín que resume el carácter generoso y abierto de esta tierra costera. Día 1 – Jávea medieval y marinera Mañana: Paseo entre piedra tosca y calles de historia La jornada comienza al abrigo del Montgó, en el corazón antiguo de Jávea. Un paseo sin prisas por sus calles empedradas revela casas encaladas que respiran siglos, balcones de hierro forjado y umbrales de piedra tosca dorada por el sol. El visitante se ve envuelto en una atmósfera de recogimiento y serenidad mientras recorre la Plaza de la Iglesia, centro neurálgico del casco histórico. Ayuntamiento e iglesia de San Bartolomé. ©Comunitat Valenciana. La iglesia-fortaleza de San Bartolomé, con su imponente presencia gótica y su piedra cálida, invita a levantar la mirada. Dentro, un silencio fresco envuelve las capillas mientras se percibe la robustez del templo, construido en tiempos de corsarios. Justo enfrente, el Mercado de Abastos ofrece un contraste vibrante: puestos de frutas, pescados y embutidos dan color a la mañana y permiten un contacto directo con la vida cotidiana de los javienses. Cerca está la Iglesia de Nuestra Señora de Loreto, un bastión contemporáneo que merece la pena ver por dentro y por fuera. Iglesia Nuestra Señora del Loreto. ©Comunitat Valenciana. Una parada imprescindible es el Museo Soler Blasco. Ocupando una casa señorial del siglo XVII, sus salas recorren la historia local desde los primeros asentamientos hasta el esplendor de la exportación de la pasa. La visita es breve pero muy sugerente, y permite comprender la singularidad de esta localidad costera. Antes de continuar, una pausa en una terraza cercana se convierte en el momento perfecto para saborear una coca casera o un esgarrat con pan tostado, acompañados de una copa de moscatel dulce. El ajetreo leve de la plaza se convierte en una música de fondo ideal. Casco histórico de Jávea. ©Comunitat Valenciana. A medida que el sol se eleva, el paseo desemboca en la calle Mayor, flanqueada por casonas que cuentan historias de comerciantes, navegantes y familias nobles. Aquí, cada fachada es un fragmento de pasado que sigue en pie. Comida: un almuerzo con estrella Dos son los restaurantes dentro de Jávea que figuran dentro de las estrellas Michelin de la localidad: BonAmb y Tula. El primero, el dos estrellas comandado por Alberto Ferruz, presenta

En la esquina más oriental de la provincia de Alicante, donde la tierra parece asomarse al Mediterráneo para tocar el horizonte, se encuentra Jávea. Cobijada por el imponente macizo del Montgó y abrazada por los cabos de San Antonio y la Nao, Jávea conserva un equilibrio casi perfecto entre el alma mediterránea más antigua y los encantos de un destino contemporáneo. Aquí el mar no es solo paisaje, es protagonista; sus aguas templadas y su clima suave han sido testigos de siglos de historia.
Jávea es un lugar donde el tiempo ha decidido no pasar del todo. En su casco antiguo, de casas encaladas y calles angostas, todavía resuena el eco de los siglos pasados. Fundada mucho antes de que existieran fronteras modernas, sus raíces se hunden en el Paleolítico, con vestigios humanos en cuevas como la Foradada. Fue punto de actividad romana y, siglos después, bastión defensivo frente a piratas berberiscos. De aquella época queda la iglesia-fortaleza de San Bartolomé, construida en piedra tosca y símbolo inequívoco del carácter resiliente de sus gentes.
En el siglo XIX, Jávea floreció gracias al comercio de la pasa, que partía hacia el norte de Europa desde su pequeño puerto. Hoy, la villa ha abrazado el turismo sin perder su esencia. Con cerca de 30.000 habitantes, y una comunidad internacional notable, ha sabido conservar ese aire de pueblo grande donde se mezclan acentos, historias y tradiciones. La vida aquí transcurre al ritmo del sol, entre el bullicio amable de los mercados y el rumor constante de las olas, expandiéndose durante varios kilómetros entre arenales y viviendas próximas al mar.

Además de su casco histórico y su puerto con sabor marinero, Jávea está salpicada de joyas naturales: playas de arena fina como el Arenal, calas de postal como la Granadella, acantilados vertiginosos y senderos que serpentean entre pinares y miradores con vistas imposibles. En pocos lugares se puede pasar del bullicio urbano al silencio del monte o la calidez de una cala en tan solo minutos.

Y como todo rincón mediterráneo que se precie, Jávea también se descubre en la mesa. Sus sabores hablan de mar y huerta: arroces melosos, cruet de pescado, esgarrat, cocas caseras o pulpo seco al sol. La tradición gastronómica se acompaña de vinos locales, especialmente el dulce moscatel, en un festín que resume el carácter generoso y abierto de esta tierra costera.
Día 1 – Jávea medieval y marinera
Mañana: Paseo entre piedra tosca y calles de historia
La jornada comienza al abrigo del Montgó, en el corazón antiguo de Jávea. Un paseo sin prisas por sus calles empedradas revela casas encaladas que respiran siglos, balcones de hierro forjado y umbrales de piedra tosca dorada por el sol. El visitante se ve envuelto en una atmósfera de recogimiento y serenidad mientras recorre la Plaza de la Iglesia, centro neurálgico del casco histórico.

La iglesia-fortaleza de San Bartolomé, con su imponente presencia gótica y su piedra cálida, invita a levantar la mirada. Dentro, un silencio fresco envuelve las capillas mientras se percibe la robustez del templo, construido en tiempos de corsarios.
Justo enfrente, el Mercado de Abastos ofrece un contraste vibrante: puestos de frutas, pescados y embutidos dan color a la mañana y permiten un contacto directo con la vida cotidiana de los javienses. Cerca está la Iglesia de Nuestra Señora de Loreto, un bastión contemporáneo que merece la pena ver por dentro y por fuera.

Una parada imprescindible es el Museo Soler Blasco. Ocupando una casa señorial del siglo XVII, sus salas recorren la historia local desde los primeros asentamientos hasta el esplendor de la exportación de la pasa. La visita es breve pero muy sugerente, y permite comprender la singularidad de esta localidad costera.
Antes de continuar, una pausa en una terraza cercana se convierte en el momento perfecto para saborear una coca casera o un esgarrat con pan tostado, acompañados de una copa de moscatel dulce. El ajetreo leve de la plaza se convierte en una música de fondo ideal.

A medida que el sol se eleva, el paseo desemboca en la calle Mayor, flanqueada por casonas que cuentan historias de comerciantes, navegantes y familias nobles. Aquí, cada fachada es un fragmento de pasado que sigue en pie.
Comida: un almuerzo con estrella
Dos son los restaurantes dentro de Jávea que figuran dentro de las estrellas Michelin de la localidad: BonAmb y Tula. El primero, el dos estrellas comandado por Alberto Ferruz, presenta uno de los restaurantes con mejor calidad-precio si hablamos de un establecimiento con este tipo de galardón en el que, además, no se escatima nunca la importancia del producto.

Especialmente cuando se habla de mariscos y pescados. En BonAmb se trabaja solo con dos menús degustación, uno más corto –de 155 euros– y uno algo más extenso –de 185 euros–, sirviéndose las bebidas aparte, pero como restaurante para darse un homenaje es perfecto.

Más terrenal, tanto en propuesta como en ticket, pero de muchísima calidad es lo que ofrecen Borja Susilla y Clara Puig en Tula, al lado de la playa del Arenal, donde trabajan una carta amplia que se puede disfrutar en medias raciones, algunos fuera de carta (especialmente de la lonja del día) y un menú degustación accesible en tiempo y precio que sirven para hacerse una idea de este restaurante con una estrella Michelin muy joven en el centro de Jávea.
Tarde: Al ritmo del mar, entre lonjas y barcos
Ya por la tarde, la escena cambia de decorado. Desde el centro, se desciende hacia el barrio marinero de Duanes de la Mar, donde las fachadas coloridas y el olor a salitre dan la bienvenida. El puerto de Jávea conserva su autenticidad a pesar de la modernización, y el ir y venir de los barcos imprime un pulso genuino a la jornada.

Una caminata por el espigón permite observar la actividad pesquera. Si se llega a tiempo, se puede asistir a la subasta en la lonja, un espectáculo tan técnico como vibrante donde el pescado recién capturado encuentra su destino. El Club Náutico, próximo a la lonja, ofrece un respiro con vistas: desde su terraza se contempla cómo el sol va tiñendo de oro los cascos de las embarcaciones.
Para los más activos, la tarde invita a una breve incursión marítima. Desde el muelle, es posible alquilar un kayak o una tabla de paddle surf para explorar la costa cercana. Las aguas son tranquilas y transparentes, ideales para una experiencia refrescante. También, simplemente, puedes disfrutar de sus arenas sin mojarte los pies.

De regreso a tierra, nada como dejarse llevar por el paseo marítimo de la playa de La Grava. Este rincón, de piedras suaves y aguas calmas, es perfecto para una última inmersión antes de que caiga la tarde.
Cena: a pie de puerto
La zona portuaria de Jávea se estructura alrededor de la playa de La Grava y aquí, además, vas a encontrar algunos restaurantes que merece la pena tener en la recámara para cenar o para comer, dependiendo de cuando caigas por la zona.
Un buen ejemplo, si quieres un perfil moderno y con una estética algo más original, es Cala Bandida, con aires de beach club y buenas vistas con una propuesta que tiene muchos guiños a la cocina internacional, pero no deja de servir arroces.

También a espaldas de la playa de La Grava, otra referencia imprescindible para comer bien dentro de Jávea, si hablamos de restaurantes con algo menos de tradición, es el Sotavent, con un espacio interior muy acogedor y tranquilo, en el que además de arroces y mariscos también se trabajan con éxito los pescados.
Día 2 – Jávea de playas y naturaleza
Mañana: Entre calas escondidas y aromas de sal
El segundo día amanece con los primeros reflejos dorados sobre la playa del Arenal. Esta es la más conocida de Jávea, y también la más animada. Sus aguas tranquilas y poco profundas la hacen ideal para un primer baño matutino. Tras el chapuzón, los chiringuitos abren sus puertas con desayunos frente al mar: café humeante, zumo recién exprimido y tostadas con aceite de la zona.

El recorrido prosigue con rumbo sur hacia una joya natural: la cala de la Granadella. El trayecto hasta allí, en coche, ofrece vistas que merecen alguna parada en el camino. Ya en la cala, la transparencia del agua sorprende incluso a quienes conocen bien el Mediterráneo. Aquí no hay prisa. Se puede practicar snorkel, alquilar un kayak para bordear los acantilados, o simplemente tenderse en la grava y dejar que el tiempo fluya.

Quienes prefieran un ambiente más íntimo pueden optar por la cercana cala Blanca o la cala Barraca, ambas accesibles y con un encanto menos concurrido. Sea cual sea la elección, el mar de Jávea regala texturas y colores que parecen irreales.
Comida: arroces y mariscos a pie de playa
Una de las direcciones imprescindibles para hablar de marisco en Jávea es La Perla, cuyo nombre completo es La Perla de Jávea, convirtiéndose en referente desde los años ochenta, cuando abrieron, en cocina mediterránea y producto frente al mar, con una de las mejores panorámicas de la ciudad.

Aquí la cocina no va a sorprender por estridencia, sino por calidad y respeto a la tradición, tanto en sus arroces (secos y melosos, en especial el a banda) como sus fideúas y la potente carta de pescados del día que se preparan a la brasa. Mención especial merecen también sus carnes y el trabajo en la plancha con los mariscos del día como la gamba roja o los sepionets.

También en la playa del Arenal va a aparecer el restaurante La Fontana, otro icono, que lleva sentando cátedra arrocera desde los años sesenta y que merece mucho la pena para comer un arroz con vistas, tanto secos como melosos, y con un ticket medio algo más accesible aunque, eso sí, es casi imprescindible reservar si pretendes ir en verano.
Tarde: Montañas que miran al mar
Con el sol aún alto, pero menos agresivo, llega el momento de calzarse unas zapatillas y adentrarse en el Parque Natural del Montgó. Desde la zona de Jesús Pobre parte uno de los senderos más accesibles, que lleva hacia la Cova Tallada. Este rincón excavado en la roca, junto al mar, fue cantera de piedra tosca y hoy es mirador natural y cueva esculpida por el tiempo.

El sendero requiere algo de forma física, pero no presenta grandes dificultades si se va preparado. El premio es doble: vistas espectaculares y una sensación de desconexión total. Los aromas del monte bajo, el murmullo de las cigarras y el frescor que desprenden las paredes de la cueva acompañan la caminata.
Otra alternativa es el mirador del Cap de Sant Antoni. Desde allí, la vista se pierde en el azul infinito y, en días claros, se intuyen las siluetas de Ibiza. El acceso es sencillo y la recompensa visual, inmediata.

Al regresar, el cuerpo pide una última mirada al mar. Una parada en el mirador del Portitxol, justo antes del anochecer, permite contemplar una de las postales más bellas de Jávea: la pequeña isla que da nombre al lugar, envuelta en los últimos rayos de luz.
Cena: de vistas, internacionales y localismos
Jávea tiene esa dualidad en la que la ciudad se desparrama por el litoral alicantino, razón por la que hablamos de una localidad más larga que ancha, y donde algunas playas como la del Arenal concentran gran parte de la oferta turística y hostelera, donde tampoco queremos dejar pasar la opción de mencionar el restaurante Tosca, donde el chef Julien Buyle (mitad francés y mitad belga) interpreta desde un cierto clasicismo bien perfilado la despensa mediterránea en otro restaurante con vistas espectaculares.

No obstante, en el casco histórico de Jávea vamos a encontrar también alguna propuesta que se debe reseñar como la de Volta i Volta, un pequeño y joven local, donde se redefine la cocina mediterránea, dando mucha importancia a la verdura y en el que se apuesta por aprovechar el máximo el potencial de la despensa alicantina, trasladando sabores de siempre a preparaciones algo más contemporáneas, con un ticket medio muy respetuosos.
Imágenes | Comunitat Valenciana / Turismo de Xàbia
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La noticia
48 horas en Jávea: qué ver y qué hacer en una de las ciudades más populares de la Marina Alta alicantina
fue publicada originalmente en
Directo al Paladar
por
Jaime de las Heras
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