La vaca, el médico y el hijo del jardinero, de Cristina Sardà: didactismo encarnado
Este temor nace de una visión superficial del acontecimiento estético que suele juzgar sólo el aspecto externo, al que tiende a denominar “forma”. De ahí que muchas veces se tienda a enfatizar la belleza formal, la piel de este tipo de obras, como un modo de rescate del purgatorio didáctico del que pretende librárseles cambiándoles... Leer más La entrada La vaca, el médico y el hijo del jardinero, de Cristina Sardà: didactismo encarnado aparece primero en Zenda.

La vaca, el médico y el hijo del jardinero es un ejemplo consumado de didactismo. Últimamente se prefieren términos menos precisos para referirse a este tipo de obras (libros informativos, libros de no ficción…), términos que difuminan la naturaleza última de estos objetos estéticos, concebidos para enseñar. El didactismo no es exclusivo, ni mucho menos, de la esfera infantil y juvenil, sino que es uno de los grandes dominios de la imaginación humana en sus variantes sapienciales, biográficas, ensayísticas… Pero sí es particularmente importante en el domino de la literatura dedicada a los estados iniciales de la vida (junto con la risa), por razones evidentes. De ahí que desvincularlo de su función primordial, acaso por temor a que ello pueda interpretarse como una merma de su dimensión artística, sea arrancar su raíz, sustituir su esencia por alguno de sus rasgos (que brinde información, que parta de un hecho real, verificable).
Este temor nace de una visión superficial del acontecimiento estético que suele juzgar sólo el aspecto externo, al que tiende a denominar “forma”. De ahí que muchas veces se tienda a enfatizar la belleza formal, la piel de este tipo de obras, como un modo de rescate del purgatorio didáctico del que pretende librárseles cambiándoles el nombre. La idea de que un libro “de no ficción” pueda resultar “bello” o “ameno” alivia la conciencia de un tiempo acostumbrado a considerar los productos de la imaginación como un pasatiempo o un parque de atracciones. Y la evidencia de que los ejemplos consumados de didactismo desbordan los cauces estrechos de la transmisión de información (como si la obra de arte fuera un objeto comunicativo más) o no se someten al criterio ineficiente de su ficcionalidad más o menos estricta (equivalente a clasificar los cuadros de un museo en función de su tamaño) lleva a considerar que de nada sirve camuflar lo que ya era noble en su comienzo.
La labor del didactismo es crear hombres más sabios, extender el conocimiento y permitir el crecimiento del individuo. Su valor estético radica en ello, y el grado de consumación artística no dependerá de su aspecto exterior o de la naturaleza de su contenido, como cosas separadas, sino del lugar interno del que ambas, de forma inextricable, nacen. Ese lugar o forma interna, cuando es fértil, se encarna en obras logradas. Y en el caso de los libros didácticos orientados a la divulgación juvenil (y universal), esas obras propenderán a la transmisión de conocimientos y al espíritu bienhumorado, saber y risa serán sus pilares fundamentales. De ambos nacerá su belleza, entendida como integridad.
El libro de Cristina Sardà pertenece a esa estirpe, es una obra didáctica entera, ejemplar. Con un texto claro, de redacción limpia, y una puesta en escena que convierte el libro en un acto de encarnación (dobles páginas cuyo papel cambia de color para representar las superficies físicas y simbólicas —puede ser piel, puede ser alegría o estremecimiento—, ideas felices que logran el misterio cinematográfico de la adecuación de palabras e imágenes —una mano asoma de la esquina inferior derecha para anunciar un nacimiento—), sus ilustraciones son vivaces e inteligentes, su relato es sobrio pero abierto a los jardines amenos de las anécdotas (emergen personajes secundarios de lujo, como el duque de Sándwich, Darwin, Beatrix Potter o la lechera de Vermeer), administra con gran tiento los datos sin perder ocasión para simpáticas bromas (como desenmascarar con sus propias palabras un pequeño anacronismo del dibujo). El resto es su argumento, trascendental: la gran epopeya humana de la erradicación de la viruela, con sus grandes episodios: los ancestros de la variolización, el descubrimiento de Edward Jenner, la gesta del transporte en vivo de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, con su viaje a América y Filipinas a bordo de la María Pita, con veintidós niños, el médico Javier Balmis y la enfermera Isabel Zendal, hasta su episodio final en 1980. El aspecto “retro” del libro, de feliz elegancia, es una flecha que apunta hacia el futuro, pues nace en el tiempo al que le tocó vivir la gran epidemia del coronavirus. La última doble página del libro de Cristina Sardà puede servir de resumen a todo lo antedicho, pues condensa todas sus virtudes y es perfecto colofón. A izquierda muestra un transparente resumen de su tema:
“Un médico, una vaca y un niño son el nudo central de una compleja red de aventuras, desventuras, desvelos, colaboraciones y casualidades que permitieron a la humanidad vencer al fin a la enfermedad”.
A derecha, el simbólico marco de una ventana abierta, tras la que se ve una vaca pastando. Ahí comenzó todo el viaje del libro que termina.
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Autora: Cristina Sardà. Título: La vaca, el médico y el hijo del jardinero. Editorial: Fulgencio Pimentel. Venta: Todos tus libros.
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