¿Adelante?, por Joaquín Dicenta
Hoy injustamente olvidado, pocos escritores alcanzaron la popularidad de Joaquín Dicenta a finales del XIX y el XX. Perteneciente al grupo de los bohemios, en el periodismo lo fue todo, de reportero a director. Esta reseña del tumultuoso estreno de Electra, de Galdós, es una buena muestra de su estilo rompedor y adelantado a su... Leer más La entrada ¿Adelante?, por Joaquín Dicenta aparece primero en Zenda.

Hoy injustamente olvidado, pocos escritores alcanzaron la popularidad de Joaquín Dicenta a finales del XIX y el XX. Perteneciente al grupo de los bohemios, en el periodismo lo fue todo, de reportero a director. Esta reseña del tumultuoso estreno de Electra, de Galdós, es una buena muestra de su estilo rompedor y adelantado a su tiempo.
No he podido presenciar la gran victoria de Galdós. Una dolencia mal intencionada, no satisfecha con acalentarme el cuerpo, impidió a mi espíritu, tan necesitado de ambientes puros, confortarse, sanearse, redimirse contemplando el espectáculo que ofrecía la sala del Teatro Español durante el estreno de Electra.
Porque el espectáculo de la otra noche no es sólo el triunfo de un artista grande, de una gira grande. Puede ser algo más: el principio de la resurrección de un pueblo.
Aquella multitud delirante, ebria de entusiasmo, que, puesta en pie sobre las butacas, sobre los palcos, sobre los anfiteatros, sin distinción de clases ni de sexos tampoco, aplaudía, coreaba con rugidos de asentimientos todas las frases, todas las situaciones de la obra de Galdós, era, por la índole y la tendencia de la obra, algo más que un público que se entusiasma: era un pueblo que se conmueve. No: aquello no era un éxito, era algo más también; era el desperezo de una raza que se resiste a vivir en perpetuo letargo mientras la humanidad progresa; como era Galdós la mano firme y musculosa, que zarandeaba a la raza dormida, gritándole: «¡Arriba!… ¡Que ya es hora de despertar!».
Aquello era una España nueva que, engendrada en mala matriz, andaba torpe para nacer a la vida social y necesitaba un fórceps que la sacase al mundo de la idea, de la actividad y de la lucha. El fórceps fue Electra, y, gracias a él, dio la criatura su primer grito colectivo de existencia.
Sí; era la España nueva poniéndose enfrente de la vieja para decirle: «Ya estoy harta de mansedumbres femeninas y de encogimientos cobardes, quiero ser libre, quiero ser fuerte, quiero avanzar a compás del mundo y avanzaré, como sea; contigo si te sometes y me sigues; sin ti, si pretendes estorbarme el paso. Mi pasividad no ha sido la pasividad inconmovible de la muerte; ha sido la pasividad inconsciente del sueño; necesitaba una voz que me despertase; esa voz que está sonando en mis oídos. Ya estoy despierta. No te será fácil dormirme otra vez».
De ese modo he comprendido yo el estreno de Electra, tal fue la impresión que el relato de los periódicos me produjo.
De ahí que yo, a quien siempre ha inspirado Galdós admiración sin límites, sienta por él desde la otra noche, no admiración, veneración.
Ser un gran artista, construir una obra inmortal, presentarla al público, subyugarle y hacerle prorrumpir en estruendoso aplauso es triunfo difícil, tan difícil que lograrlo una vez debe satisfacer al más ambicioso; pero ser, al mismo tiempo que un gran artista y un gran pensador, un hombre honrado y un buen patriota, representar la protesta noble y viril contra el absurdo, utilizar todas esas condiciones para ir al combate, emprenderlo sin miedo y rehacer en tres horas la conciencia de una nación es victoria más fecunda y más glorioso triunfo.
¿Ha sido éste el triunfo de Galdós en Electra? ¿No quedaron los aplausos, los entusiasmos, las protestas en el terciopelo de las butacas, en la alfombra de los palcos, en el entarimado de las galerías? ¿Grabáronse en los cerebros? ¿Aposentáronse en las conciencias? ¿Incrustáronse en los corazones? ¿Están prontas a traducirse en hechos? ¿Sí? Pues no penséis en el homenaje que habéis de tributar a Galdós. Tributadle uno, uno solo. Sed todos el Máximo de Electra. Pelead por la reintegración de la patria española, como pelea él por la salvación de la mujer querida. Convertid en combate real el combate escénico; haced carne el símbolo
¿Qué mayor homenaje a la grandeza de Galdós?
Uníos para el éxito social, los que noches pasadas os unisteis para el éxito artístico, y cada uno, desde vuestra esfera de acción, emprended la lucha, como la emprende Máximo, sin vacilaciones, sin distingos, sin treguas, cuerpo a cuerpo, dispuesto a sufrirlo todo por lograr el triunfo.
Apercibíos al combate, porque el combate se aproxima y es decisivo. Aquí no caben acomodos, componendas, respetos. Cuando se pelea no se transige.
¡Ah! Si todos vosotros, los que aplaudíais, los que aclamabais a Galdós, hicieseis eso, lograríais eso, realizaríais una obra sublime: la redención de España.
Si no sois capaces de hacerlo, no vayáis a aplaudir a Galdós.
¿Para qué?
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Artículo publicado en El Liberal el 2 de febrero de 1901
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