Los gorriones

Son hacedores los machos y las hembras. Los machos barbados como húsares modestos, sin condecoración alguna. Las hembras desnudas de colores, molde de pájaro perfecto en la humildad de un dinamismo que parece no tener fin. Hasta los umbrales del verano se aparean sobre las tejas. Un macho salta sobre la hembra, vibra sobre ella,... Leer más La entrada Los gorriones aparece primero en Zenda.

Jun 20, 2025 - 03:05
 0
Los gorriones

No “el gorrión”. Los gorriones. Es imposibles concebirlos solos. Es imposible no celebrar la vida en el tejado, al amanecer, cuando lo hacen temblar con el bullicio de su parloteo. No cantan: pían, jalean, remueven, reclaman, rehacen el día en la cáscara de sus picos. Degluten la noche. La picotean. La convierten en gorjeo de luz.

Son hacedores los machos y las hembras. Los machos barbados como húsares modestos, sin condecoración alguna. Las hembras desnudas de colores, molde de pájaro perfecto en la humildad de un dinamismo que parece no tener fin.

Hasta los umbrales del verano se aparean sobre las tejas. Un macho salta sobre la hembra, vibra sobre ella, y ella, vibrando también, recoge el intenso placer eléctrico y luego se sacude al asaltante, que lo vuelve a intentar sobre la misma. No cambia. Tampoco ella espera a otro. Están al lado los demás. Hacen lo mismo. El tejado es una orgía matutina de salto y revoloteo. Y las parras que trepan al tejado se mueven con la brisa del apareo o con el salto de alguno de los gorriones, macho o hembra, sobre las ramas.

"Mi tejado es un nido de gorriones que cada mañana se eleva unos metros con el revoloteo comunitario y luego vuelve a aposentarse en los muros"

Los gorriones son comuna. El gorrión solitario o está muerto o va a morir. Los gorriones son alboroto de un anarquismo utópico que se organiza en el albedrío de estar juntos para la comida, para la fiesta y para el invierno.

Así eligieron mi casa y descubrieron las cobijas de las tejas. Se asomó uno al refugio y todos lo supieron. Se adentró uno en el hueco y el resto encontró el suyo. Mi tejado es un nido de gorriones que cada mañana se eleva unos metros con el revoloteo comunitario y luego vuelve a aposentarse en los muros.

Yo sé que los nidos son comodísimos. Contienen ramitas, hojas, briznas de hierba e incluso el pelo blando de mi perra cuando, al cardarle el lomo, se desperdiga en algodones volanderos. Todo lo recogen los gorriones antes de que el sol esté alto. Se lanzan uno tras otro en ráfagas que regresan con el material en el pico y se adentran debajo de la teja, para que el nido esté siempre como nuevo.

Ahí se esconden las crías, se remueven y reclaman la comida que enseguida les llega en el pico de sus padres en forma de semilla o de insecto con las alas apagadas. Justo se trata de encender las alas de los ínfimos gorriones, esos criaturos de apenas plumas, menesterosos, que a veces salen de su refugio y se ponen a trastabillar por el tejado.

"La naturaleza nos va a nutrir de lo que es preciso entregar al mundo. Mi hermano el gorrión. Tiene una identidad y cuestiona la mía"

Los he visto caer, especialmente en los días de calor, desesperados, piquabiertos de sed, atolondrados de sopor, inválidos ya en el suelo, incapaces de regresar al nido, apenas asistibles en el desconcierto de quien va a morir. Los he visto volantones, a pares, salir despistados de una cobija, y perderse en el siguiente canalillo del tejado, como si se hubiesen ido a China o quizás a otro planeta, ensayando ya el vuelo, lográndolo a la tercera o a la cuarta, como si el susto activara el corazón que activa las alas.

He visto al mediodía cómo el cernícalo cae sobre la comuna y la remueve buscando a quién cazar, y, ya con las garras extendidas y centrándose en un equilibrio imposible, corrige sobre la marcha, casi aferra un cuerpo caliente y se decide por otro, un volantón, o la madre que quiere protegerlo o un húsar a quien la pechera ya se le está llenando de sangre.

Los hijos de los reyes están libres de tributo, aprendo en los gorriones. Aprendo a buscar el alimento removiendo un poco los segundos. Es en la pequeña lengua que esconde el pico donde se larva el tesoro. La naturaleza nos va a nutrir de lo que es preciso entregar al mundo. Mi hermano el gorrión. Tiene una identidad y cuestiona la mía. Si me empeño en mi nombre, me llena de plumas. Me empuja a la comunidad del tejado. Eres uno, me dice, porque somos múltiples.

La entrada Los gorriones aparece primero en Zenda.