La luz de Marguerite Yourcenar
Sin embargo, en el libro que nos ocupa, aparca este afán, para mostrarnos otra importante faceta de su currículo, tal vez más íntima y menos conocida, que tiene como objeto la obra de Yourcenar. Además, en esta ocasión ha renunciando con íntimo regocijo al “pomposo y aburrido academicismo” (Castellani dixit), y se zambulle con pasión... Leer más La entrada La luz de Marguerite Yourcenar aparece primero en Zenda.

Como todas las cartas de amor que no esperan respuesta, esta, que Jean-Pierre Castellani dirige a Marguerite Yourcenar, es un acto de amor y gratitud a la escritora y su obra, y un gesto supremo de generosa entrega, a lo que esta ha significado en su propia vida. El autor es hispanista y profesor de la Universidad de Tours (Francia), conocido entre nosotros por los destacados trabajos dedicados a la literatura y al periodismo españoles (Francisco Umbral, Antonio Muñoz Molina, Emilio Prados o el columnismo político, por citar algunos ejemplos solo). En todos estos trabajos, además del interés por los textos, se trasluce amor por España, por su historia y por sus gentes.
Sin embargo, en el libro que nos ocupa, aparca este afán, para mostrarnos otra importante faceta de su currículo, tal vez más íntima y menos conocida, que tiene como objeto la obra de Yourcenar. Además, en esta ocasión ha renunciando con íntimo regocijo al “pomposo y aburrido academicismo” (Castellani dixit), y se zambulle con pasión de amateur en Yourcenar, en su vida y sus escritos, al tiempo que, de manera paralela, hace un balance personal de lo que la figura de la escritora ha aportado a su propio derrotero vital.
Este libro, por tanto, además de un testimonio de amor y gratitud, es un esbozo de autorretrato, en el que se unen autobiografía, información y admiración por Yourcenar. A esta autora, nacida, en el seno de una familia aristocrática, en Bruselas (1909), su nomadismo, aprendido ya en la infancia, y el amor a su compañera Grace Frick la convertirían en ciudadana estadounidense (1947), al fijar su residencia habitual en la isla de Mont Desert (Maine, EEUU), donde moriría en 1987.
Como un fervoroso enamorado, es decir, sin esperar nada a cambio, Castellani ha unido su andadura profesional, incluso hasta su propia vida, al conocimiento y difusión de la obra de Yourcenar, de una manera intensa, rendida, incondicional. En el libro desgrana la ingente actividad desplegada, a lo largo de más de cuarenta años, al estudio y divulgación de la obra de la escritora belga. Y, a pesar de esta tarea desinteresada, es decir, sin reportarle apenas dividendos ni beneficios a su currículo profesional, nunca quiso conocer personalmente a Yourcenar, nunca habló con ella, ni siquiera por teléfono, para no correr el riesgo de sufrir la más que frecuente desilusión que se produce cuando conocemos a un escritor cuya obra literaria admiramos.
En un pasaje del libro, y llevado sin duda por la fascinación por la persona y por la obra de Yourcenar, Castellani encuentra paralelismos que le ligan más estrechamente a ella. Los encuentra en la insularidad y en su nomadismo, que la hizo alternar sus retiros casi monásticos en la isla de Mont Desert con sus largos y numerosos viajes por el mundo. Esto le permite al profesor trazar afinidades y coincidencias con su propia vida. “Al tratar su yo —confiesa Castellani—, también estaba construyendo mi propia vida, llevándola por caminos, que inicialmente no había planeado…”
No le falta razón, porque entre la vida de la escritora y la propia vida de Castellani hay más de un parecido. El futuro profesor nació en la isla de Córcega, pero con escasos meses se trasladó a Argel con su familia, en donde viviría hasta que Argelia dejó de ser francesa. De vuelta a la metrópolis, se instaló en Tours, dedicado a la docencia y la investigación, pero la isla, como un imán poderoso y una dominante seña de identidad, le reclamarán con fuerza, obligándole a volver con frecuencia. Como viajero inquieto y curioso cosmopolita, no dejará de emprender aventuras profesionales que le llevarán, allende de las fronteras francesas, por Europa, América y Asia, pero de manera especial por España.
En sus trabajos y publicaciones de profesor, la literatura autobiográfica ha ocupado un lugar preferente. Por su parte, es curioso, y debe destacarse, que Yourcenar mantuvo siempre una relación ambivalente con la autobiografía. Sería, rondando ya los setenta años de edad, cuando se aproximaría por primera vez al género autobiográfico, si bien de manera sui generis, como veremos abajo. Con anterioridad había publicado, entre otros textos, dos novelas en forma epistolar, que tenían mucho de autorretrato emboscado y de confesión oblicua: Alexis o El tratado del inútil combate y Memorias de Adriano, su éxito planetario: un best seller de alta cultura y ventas millonarias.
Aunque Yourcenar no haría profesión pública ni entraría en reivindicaciones al uso, fue una mujer de orientación sexual lésbica, que mantuvo relaciones con mujeres sobre todo, de modo destacado y prolongado con su compañera norteamericana Grace Frick, a la que estaría unida más de cuarenta años, ocupándose de cuidarla en su larga enfermedad de cáncer hasta su muerte en 1979. Las dos novelas arriba citadas representan, en clave de ficción, una declaración y reflexión íntima camufladas sobre su propia sexualidad. En Alexis o El tratado del inútil combate, un hombre homosexual, casado con una mujer, confiesa su auténtica orientación sexual, que su esposa desconocía. En Memorias de Adriano, el emperador escribe una carta a Marco Aurelio, su sucesor en la jefatura del Imperio, en la que a través de la relación que mantiene con el efebo griego Antínoo, su amante, le habla de esta relación, regida por el culto a la belleza y el poder transformador del arte.
Como he dicho, sería muy tardíamente cuando Yourcenar inició su proyecto autobiográfico, un proyecto que quedaría inconcluso. Lo titularía El laberinto del mundo, una trilogía formada por Recordatorios, Archivos del Norte y ¿Qué? La eternidad. En estos tres volúmenes, de los que el tercero, póstumo, quedaría sin terminar, la autora hace una morosa narración de la genealogía familiar, con una atención especial a los numerosos amoríos extramatrimoniales de su padre. Solo en el tercer volumen comenzaría a hablar de sí misma, pero no llegaría a entrar en su adolescencia.
Es evidente que Yourcenar tenía una inclinación hacia lo autobiográfico, pero a la hora de enfrentarse a su propia vida se encogía o le ganaba la desconfianza. Le interesaba, sin duda, hablar de su identidad y de su familia, pero no como un objeto en sí mismo, sino como un testimonio genérico de la especie humana. En estos tres libros de El laberinto del mundo predomina una perspectiva antisubjetiva de la vida y de la identidad personal. En el fondo, trata de desmitificar la ilusión y la creencia occidental en el yo y en su fundamento filosófico. En pocas palabras, para Yourcenar, su propio yo era incierto y flotante.
Por esta razón, Castellani no entra, tal vez, en estos libros apenas, y encuentra en la lectura de la correspondencia privada una manera segura e íntegra de acercarse a la intimidad de la escritora. No obstante, su correspondencia, publicada por Gallimard, que abarca desde la primera carta conservada, cuando tenía nueve años, hasta la última poco antes de su muerte, está incompleta. Faltan las cartas más íntimas, secretas, sentimentales y de contenido erótico, que, por decisión de la escritora, no se podrán publicar hasta 2037.
Castellani nos advierte que este epistolario podría parecer un goteo de mensajes, repetitivos y aburridos. Pero no nos equivoquemos, porque ahí recogería, de la forma más completa, la cotidianeidad más reveladora de su carácter. En su conjunto, las cartas forman una suerte de diario o cuaderno de bitácora, que dibuja un exhaustivo autorretrato, mostrando lo enigmático de su personalidad y su proverbial clarividencia. Leyendo estas cartas, nos confiesa Castellani, es posible entablar un largo y fructífero diálogo con la escritora, que nos da una lección de vida, donde la belleza, el absurdo y la complejidad del mundo y de la vida se juntan armónicamente.
Por eso, Castellani concluye su misiva con un hermoso y sentido agradecimiento por el regalo encontrado en las palabras de Yourcenar: “Es usted verdaderamente para nosotros una fuente de lucidez permanente en estos tiempos inciertos. Quería expresárselo con toda sencillez, [su obra] me vuelve un poco mejor persona”.
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Autor: Jean-Pierre Castellani. Título: Carta a Marguerite Yourcenar. Editorial: Azimut. Venta: Todos tus libros
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