La poesía y la música de Joaquín Sabina, de Daniel J. Nappo

En 2022, atendiendo al creciente interés que el público anglosajón mostraba por la música de Joaquín Sabina, Daniel J. Nappo publicó el primer libro en inglés sobre la vida y obra del cantante. Ahora, tres años después, se traduce al castellano. En Zenda reproducimos un fragmento del prólogo que Guillermo Laín Corona ha escrito para... Leer más La entrada La poesía y la música de Joaquín Sabina, de Daniel J. Nappo aparece primero en Zenda.

Jun 20, 2025 - 03:05
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La poesía y la música de Joaquín Sabina, de Daniel J. Nappo

En 2022, atendiendo al creciente interés que el público anglosajón mostraba por la música de Joaquín Sabina, Daniel J. Nappo publicó el primer libro en inglés sobre la vida y obra del cantante. Ahora, tres años después, se traduce al castellano.

En Zenda reproducimos un fragmento del prólogo que Guillermo Laín Corona ha escrito para La poesía y la música de Joaquín Sabina: Un ángel con alas negras (Eolas), de Daniel J. Nappo (antes de leer el texto, el prologuista recomienda ver el videoclip de la canción “Lo niego todo”).

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Negarlo todo: las alas negras de Joaquín Sabina

A estas alturas, resulta difícil hablar de Sabina sin usar un tipo tono ripioso que suena a santificación laica. No es solo que su nombre haya sido encumbrado con honores por el público, sino que Sabina es ya un personaje perfectamente apoltronado en el olimpo divino de la ficción poética. Obviamente, hay en Sabina mucho de la persona real, como el episodio isquémico cerebral que le enfrentó cara a cara con la muerte en 2001, a causa del alcohol y otros estupefacientes. Pero la realidad biográfica se transforma necesariamente con fines poéticos, y, así, el Sabina de las canciones es una leyenda que solo puede entenderse desde la mística de la genialidad romántica, entre el poeta decadente y el cantante canalla. Es lo que la crítica literaria ha denominado autoficción, o ficción de uno mismo, que sirve para construir una imagen pública de autor.

Luis Eduardo Aute, en la reformulación que hizo de “Pongamos que hablo de Madrid” como “Pongamos que hablo de Joaquín”, resumió muy bien los rasgos característicos del personaje sabiniano: “Medio profeta, medio quinqui, / el lumpen es su pedigrí. / Un tinto y una buena titi / le bastan para resistir”. El propio Sabina ha contribuido a esta pose. Como es un cachondo, se ha reído de quienes le dicen “Eh, Sabina, / ten cuidado con la nicotina”, porque su voz ronca por el ducados es un icono esencial de su genio y figura, hasta la sepultura. Y en una vuelta de tuerca hiperromantizada, llegó a vestirse de pirata en los Carnavales de Cádiz de 2019, con su pata de palo, con su parche en el ojo, con su cara de malo, y hasta con los diez cañones por banda de Espronceda, como ha estudiado en otro lado María Esteban Becedas.

Para hacer autoficción de la buena, no solo se trata de ficcionalizar, sino que también hay que confundir al público, en un juego de verdades y mentiras, que a Sabina siempre le ha gustado. Comenzó la década de los 90 con un disco de Mentiras piadosas (1990); poco después, animó a un amigo a desistir del suicidio, alegando que hay “Más de cien mentiras” para vivir (Esta boca es mía, 1994), y, en última instancia, para Sabina, todo “Es mentira” (Yo, mí, me, contigo, 1996). Sabina cuenta tanta mentira poética en sus canciones, que por mentir miente hasta de sus propias mentiras, adelantándose al problema de las noticias falsas: “Es mentira que no te haya mentido, / es mentira que no te mientas más, / es mentira que un bulo repetido / merezca ser verdad”. Ni siquiera el personaje de Sabina se libra de esta ristra de mentiras. Cuando dice “non e vero que nos dieran las diez”, reconoce que nunca ocurrió de verdad la historia de “Y nos dieron las diez” (Física y química, 1992), desmintiendo la realidad biográfica de una de las canciones que más han contribuido a la mitología del cantante que es poeta, enamoradizo, rompecorazones y, sin embargo, te quiero (Yo, mí, me, contigo, 1996).

Precisamente, el subtítulo elegido por Nappo para su libro pone de relieve esta estrategia. Para Nappo, Sabina es un ángel con alas negras, en alusión a la portada icónica de 19 días y 500 noches (1999). Sabina aparece aquí fumando y mirando a la cámara con gafas de sol, en ese tipo de actitud desafiante de quien tiene un tipo de vida decadente, y con las dos alas que le salen de la espalda el personaje sabiniano adopta la pose del malditismo satánico, ya que remiten al ángel caído, incomprendido por Dios, que el romanticismo exaltó a partir de El Paraíso perdido (1667), de John Milton.

Años más tarde, Sabina parece hartarse de su personaje, y lo rechaza en “Lo niego todo” (álbum homónimo, 2017): “Ni ángel con alas negras, / ni profeta del vicio”. Para enrocarse en esta negación, Sabina se presenta en la carátula de Lo niego todo con una postura similar a la del otro disco, pero significativamente diferente. Aunque sigue fumando, ya no tiene alas negras, ni lleva gafas de sol, ni mira a la cámara, como si hubiera perdido la confianza en sí mismo, tal vez porque el Sabina real ha desarrollado con la edad un miedo escénico que le provoca vómitos nerviosos antes de actuar en un concierto. Más adelante en la canción, Sabina descarta en particular la definición de ser “el Dylan español”, que él mismo y su público han aplicado con frecuencia en la consolidación de su fama. No es casualidad, por tanto, que Nappo en su libro incluya, junto a las alas negras del subtítulo, un capítulo comparando a Sabina con Bob Dylan.

Ahora bien, “Lo niego todo” no es una negación sincera y transparente del personaje, sino que en el estribillo Sabina vuelve a jugar con el equívoco: “Lo niego todo, / aquellos polvos y estos lodos; / lo niego todo, / incluso la verdad”. En una vuelta de tuerca conceptista —que tiene mucho que ver con su admirado Quevedo—, Sabina niega los tópicos y excesos asociados a su personaje de siempre (aquellos polvos), así como las consecuencias de todo eso en su vida real y, tal vez, en la actualidad de su edad avanzada (estos lodos), y hasta niega la verdad, de modo que no puede saberse si hay que seguir aceptando la imagen canalla, o si, como sugiere el título de la canción, es mentira.

El videoclip lleva al paroxismo esta estrategia (véase atentamente antes de seguir leyendo). Con guion y dirección de Adrián Ramos y Oriol Segarra, el videoclip relata una audición para elegir a un actor que interprete a Sabina con motivo de su vuelta a los escenarios, al hilo del lanzamiento del nuevo álbum de ese año. Sin embargo, la audición no la gana ninguno de los actores que se presenta, y Sabina termina interpretándose a sí mismo. Es una manera de mostrar que el Sabina, por así decir, real es el único actor posible y necesario del personaje ficticio, ambos fundidos y confundidos. Pero es que ni siquiera el Sabina real lo es realmente, porque él mismo está interpretando un papel dentro de la narrativa audiovisual del videoclip, con no pocos elementos de ficción y metaficción…, que es la ficción dentro de la ficción.

La audición se desarrolla en torno a un escenario, que es un espacio ligado a cualquier cantante, pero en el videoclip está inserto dentro de un teatro, que es un lugar propicio para la ficción. Los candidatos a representar el papel de Sabina desfilan ante un jurado. Se buscan actores entre 30 y 67 años, porque se trata de encontrar uno para cada época de Sabina. Por eso, cada actor lleva atrezo representativo de la edad de Sabina en cada momento y un cartel en la solapa que muestra el año correspondiente. Por su carácter ostensible, fechas y atrezo inciden en la naturaleza metaficcional del relato del videoclip y, por tanto, en la naturaleza ficticia del personaje.

Mientras se desarrolla la audición, el Sabina real canta algunos pasajes de “Lo niego todo” frente a la cámara y contempla a los distintos candidatos, sin ser percibido por nadie, como un fantasma, y con gesto melancólico, seguramente por la preocupación de quedarse al margen de su propia vida y, en particular, apartado de su vuelta a los escenarios. A la vez, el Sabina real, que entonces tiene casi 70 años, se enfrenta a escenas de su pasado, reconstruidas con una estética onírica y mezclando la realidad con la ficción, como si fueran ensoñaciones producidas por la misma preocupación melancólica. La posición fantasmagórica desde la que contempla todo y la dimensión onírica de los recuerdos muestran, de nuevo, que el Sabina real es también un personaje de ficción.

Algunos de los actores que se presentan a la audición son fácilmente reconocibles. El primero es Leiva, con el cartel de 1979. No es casual: Leiva es el colaborador principal del cantautor en Lo niego todo, por lo que sutilmente se dan la mano el primer y el último Sabina. Leiva aparece con una guitarra, un sombrero y una barba postiza, que sirven para simbolizar la etapa inicial, dentro de la canción protesta, entre las actuaciones en bares de Londres y La Mandrágora de Madrid. Paralelamente, el Sabina real se enfrenta a la primera escena de su pasado biográfico. Mientras transita por el pasillo de un tren, se puede ver en un periódico el siguiente titular: “Joaquín Sabina, un cateto de Úbeda perdido en la Gran Vía”. No se sabe si se trata de un titular rescatado de la prensa real de esa época, pero es evidente que refleja los miedos primerizos del cantante, cuando aún no era conocido y su visión de Madrid estaba asociada a la huida en tren desde su pueblo natal, como inmortalizó en “Cuando era más joven” (Juez y parte, 1985): “Cuando era más joven viajé en sucios trenes que iban hacia el norte”.

El siguiente candidato de la audición se presenta precisamente con la fecha de 1985. Poco después, Sabina lanzó su célebre “Pacto entre caballeros” (Hotel, dulce hotel, 1987) y desempeñó un papel secundario como imitador de Groucho Marx en una película dirigida por Francesc Betriu: Sinatra (1988). El Sabina real del videoclip observa una escena que mezcla estos hechos. Uno de sus músicos habituales, Antonio García de Diego, está vestido de Groucho Marx —con un atrezo similar al que en su momento llevó Sabina en Sinatra— y es asaltado por tres delincuentes jóvenes de poca monta, que sin duda son los mismos del “Pacto entre caballeros”: “No pasaba de los veinte / el mayor de los tres chicos / que vinieron a atracarme el mes pasado”. Por tanto, García de Diego, que es una persona real, está recubierto de distintas capas de ficción: interpreta a un personaje de Hollywood, tiene un disfraz y su papel se mezcla con el relato de una canción, cuya veracidad biográfica está seguramente maquillada por la imaginación de Sabina al componerla. De fondo, se pueden apreciar más motivos de la trayectoria de Sabina, como la portada de otro disco de esos años: Ruleta rusa (1984), que fue clave para el paso de la canción de autor al pop/rock.

No se ve en imagen la fecha del siguiente candidato que se presenta a la audición, pero los créditos del videoclip indican que se trata de Sabina en 1999, año de 19 días y 500 noches. El Sabina real espía, entonces, la más onírica de las escenas de su pasado: un hombre ciego que, en la habitación de un hotel, contempla sin ver a una mujer que se está desnudando sensualmente, como un striptease. En la ficción se vuelve a colar la realidad, porque la actriz es Mara Barros, que ha acompañado a Sabina en múltiples giras desde aproximadamente el año 2000, incluyendo América Latina. Cabe suponer que la escena remite a las noches de juerga en hoteles durante las giras de Sabina, ciego de alcohol, drogas y sexo. En particular, podría tratarse del momento en que conoció a su mujer actual, ya que su relación con ella comenzó en 1994, cuando Jimena Coronado —reportera gráfica por esas fechas— le hizo una nota para prensa en la habitación del hotel Sheraton de Lima.

Siguiendo el hilo biográfico, el Sabina real del videoclip pasa a fijarse en un hombre postrado en la cama de un hospital, en referencia a su propio ingreso en planta para recuperarse del ictus de 2001. El candidato que en este momento se enfrenta al jurado de la audición es el poeta Benjamín Prado, con la fecha de 2005, no solo porque coincide con el lanzamiento del primer disco de Sabina después de su recuperación médica (Alivio de luto), sino porque en esos años se intensifica la colaboración entre ambos para las letras de canciones, especialmente en Vinagre y rosas (2009). Dado que la canción homónima de este disco se desarrolla en un espacio circense, Prado, durante su audición, va atrezado de mimo y lleva el bombín característico de Sabina, que a su vez apunta a otro personaje de la ficción cinematográfica: Charles Chaplin. El último candidato, con la fecha de 2009, pasa muy brevemente ante la cámara y casi se solapa con el anterior. Aunque el videoclip no llega a mostrar la actuación de este candidato ante el jurado, se le ve tangencialmente detrás del Sabina real preparándose para ello con un sousafón, que es el instrumento de viento que lleva este cantante en la portada de Vinagre y rosas.

En este punto, la narrativa audiovisual hace una recopilación del videoclip, pero desde la perspectiva de ir acabando: se apagan las luces del tren, se corren las cortinas de la habitación de hospital y, entre otros detalles, se recogen las copas vacías del bar adyacente a la audición. Se indica, así, figuradamente que se ha llegado a la etapa final de Sabina, en la que cabría esperar que este se retirara de los escenarios. Pero no. El jurado se ha ido y ningún actor ha sido seleccionado, así que inexorablemente es el Sabina real quien tiene que salir al escenario, interpretando a su propio personaje. El montaje hace que, al entrar en escena, el primer verso que recita el Sabina real sea el del estribillo, que da título a la canción y al álbum: “Lo niego todo”, lo que, dentro de la narrativa audiovisual, sirve para negar que su carrera haya terminado. Para enfatizar esta victoria —frente a los actores que iban a arrebatarle su papel y frente al fin de su carrera—, el videoclip continúa con el Sabina real, girando la cámara sobre él para darle protagonismo, y este interpreta lo que queda de la canción en solitario y hasta el final.

Cuando acaba la letra, se echa el telón y se produce un fundido a negro, pero no se oyen los aplausos que serían habituales al terminar una función, sino que el videoclip inserta una última imagen: la maqueta en cartón piedra de un teatro, dentro a su vez del marco de un cuadro. O sea, un teatro de mentira dentro de un cuadro, dentro de una película que está rodada dentro de un teatro. Se mezclan prácticamente todos los medios de expresión artística —imagen, sonido, texto, teatro, cine, pintura— en un relato con varios niveles de metaficción, en los que nunca se llega al Sabina real, sino solo a los inventados: el personaje canalla, un presunto Sabina real que funciona como un personaje más en el videoclip, los actores que aspiran a representar el papel de Sabina, y hasta personajes del pasado de Sabina que él mismo representó, como Groucho Marx. La negación, pues, es total, como lo es también la confusión entre realidad y ficción. La canción juega a negar el personaje de Sabina, pero a la vez desmiente esa negación. Dentro del videoclip, la letra sirve para negar el fin de su carrera musical, pero todas las capas de ficción invitan a pensar que tal vez esto no sea sino una ilusión, o incluso una mentira. No en balde, al final del videoclip, Sabina cuando canta está en un escenario sin público, como reflejando el temor a que la gira sea un fracaso, o como si Sabina, a pesar del nuevo disco, no fuera en realidad a salir de gira.

Por supuesto, Sabina sí volvió a los escenarios. Y la gira fue tan exitosa, que pudo grabar un nuevo disco: Lo niego todo en directo (2018). Ahí está lo más ingenioso: que la canción y el videoclip se construyeron a partir del mismo juego de verdades y mentiras que Sabina ha usado con su personaje a lo largo de su carrera, y esto sirvió de campaña promocional. Curiosamente, Sabina en los 80 ya había construido a su personaje con este recurso particular, al presentarse en “Pasándolo bien” como un cantante resucitado del fracaso, frente a quienes lo daban por muerto profesionalmente: “Creen, porque la gente no habla ya de mí, / que estoy más acabado que Antonio Machín. / Dense prisa si me quieren enterrar, / pues tengo la costumbre de resucitar” (Malas compañías, 1980).

La estrategia, por tanto, no es nueva, pero se convierte en el elemento central de sus campañas publicitarias a partir de Lo niego todo. Y, bien pensado, la publicidad es una nueva capa de ficción: Sabina como marca. Para la banda sonora del documental de Fernando León de Aranoa, Sintiéndolo mucho (2022), el recurso fue casi idéntico: “Muchos creyeron que me habían amortizado”, pero Sabina, “sintiéndolo mucho”, siguió cantando. Al año siguiente, Sabina sacó otro sencillo con argumento similar: que él iba a seguir cantando, “Contra todo pronóstico” (2023), y, de hecho, ese fue el título de una nueva gira.

En 2024 Sabina lazó otra canción y anunció otra gira para 2025: “Un último vals” y Hola y adiós, respectivamente. Volviendo a los juegos metatextuales, que reinciden en el personaje construido a lo largo de los años, el título de la gira rescata las palabras icónicas de “19 días y 500 noches”: “Dijo ‘hola y adiós’”. Parece, así, que Sabina se despide para no volver más, pero la letra de la nueva canción sugiere lo contrario. Llevando al paroxismo la posibilidad de no rendirse, Sabina se enorgullece de que seguirá cantando para su público incluso después de estar acabado: “Cuando cierren las cantinas y el laurel de mi corona sea de espinas, / aún voy a guardar un último vals para ti”. Nótese que el laurel permite la comparación con Julio César y la corona de espina abre la posibilidad de resucitar, después de muerto, como Jesucristo.

Estas son las alas negras de Sabina: negarlo todo, incluso la verdad. Usando la autoficción, la metaficción y la publicidad, la marca Sabina ha jugado siempre —especialmente, en los últimos años— a fingir el final de su carrera musical, manteniendo a su público en vilo, pero cebando la posibilidad de su vuelta. Y Sabina, al final, siempre resucita, como un nosferatu de la noche madrileña y temporalidad disruptiva.

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Autor: Daniel J. Nappo. Título: La poesía y la música de Joaquín Sabina: Un ángel con alas negras. Traducción: Enrique Maldonado Roldán. Editorial: Eolas.

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