Walter Benjamin y la filosofía del lenguaje
Para el filósofo alemán, el lenguaje dista de ser una mera herramienta por medio de la cual los humanos nos podemos comunicar. La entrada Walter Benjamin y la filosofía del lenguaje se publicó primero en Ethic.

La relación entre filosofía y lenguaje se remonta a los orígenes de la primera. Y, sin embargo, nunca se ha hecho tanto hincapié en ella como en el intervalo que va desde el ocaso del siglo XIX hasta hoy. En este contexto, el filósofo alemán Walter Benjamin (1892-1940) fue, como todos, un hijo de su época. De ello dan cuenta su trágico final –es de sobra conocido su suicidio en la frontera española tras escapar del régimen nazi– y su interés por el lenguaje.
Adalid de una espiritualidad proveniente de sus influencias románticas y del misticismo hebreo, para Benjamin el lenguaje dista de ser una mera herramienta por medio de la cual los humanos nos podemos comunicar. De hecho, contra la opinión del prestigioso lingüista suizo Ferdinand de Saussure (1857-1913), la palabra no es un simple significante, un símbolo convencional como cualquier otro que nos permite transmitir pensamientos.
La visión del alemán parte de la tesis de que el lenguaje está por doquier. Todo reside en el lenguaje, aunque no todo posee el lenguaje humano. La razón de ser del lenguaje que lo circunda todo se halla en la creatio divina. Dios, que no el humano, es el hacedor último del lenguaje, mediante el cual, de hecho, creó el mundo a partir de la nada. Así pues, todos los lenguajes son ramificaciones de ese lenguaje puro situado en el origen.
Ahora bien, a diferencia de los otros, el lenguaje propio de los humanos guarece en su seno una capacidad sui géneris: la de nombrar. Decir de un objeto que es un «roble» no es simple y llanamente una etiqueta arbitraria; nombrar algo conlleva para Benjamin extraer de cada cosa aquello que la hace ser tal cosa y no otra. Es decir, en el bautizo nominal la conexión entre lenguaje y mundo revela la esencia de este último. Algo que Saussure y sus seguidores rechazaron con furor.
Esta suerte de trenza mística entre lenguaje y objeto expresa la disconformidad del filósofo con la comprensión del fenómeno lingüístico como un vehículo de transmisión de información. Esta cosmovisión empobrecedora margina la dimensión poética, drena la hondura ontológica que reside en nuestra forma de designar el mundo. Y con ello no obtenemos a cambio nada más que una perspectiva utilitaria, gris, de cuanto nos rodea.
En La tarea del traductor (1923), Benjamin critica la comprensión de la traducción como un trasvase del significado de una lengua a otra, como quien vierte el contenido de un vaso en otro. El lenguaje puro, matriz (divino), que cimienta al resto resplandece en esta tarea de traducción. Su objetivo no es el de albergar, como en un museo, un significado semántico original, sino mostrar, en un idioma distinto, la esencia de lo dicho. Es esta esencia la que, centelleante, el buen traductor consigue plasmar en sus obras aun cuando no conserve el sentido literal del texto original.
Nombrar algo conlleva para Benjamin extraer de cada cosa aquello que la hace ser tal cosa y no otra
De ahí que la acción de traducir se asemeje a una liturgia, a un acto ritual en el que una lengua hace resonar las vibraciones de otra sin suplantarla. Las lenguas no son sistemas cerrados, sino fragmentos de una totalidad cuya unidad entrevemos en ciertas correspondencias sutiles. En ese sentido, la traducción no busca equivalencias, sino afinidades, no replica significados, sino evocaciones de un weltanschauung común.
Este todo lingüístico debe ser por fuerza autorreferencial, lo que propicia en cierta medida que no pueda ser predicado de él ningún fundamento allende el divino. Cualquier reflexión sobre el lenguaje es necesariamente lingüística, forma parte del juego al que siempre se está jugando, lo que le dota de una mística casi inexplicable pues, a la postre, no podemos salirnos del lenguaje para contemplarlo desde fuera. Hasta cierto punto, esta espiritualidad no debe ser confundida con un irracionalismo que renuncia al entendimiento del lenguaje. Más bien, con un aroma que, salvando las notables distancias, nos recuerda a Ludwig Wittgenstein (1889-1951), consiste en el reconocimiento de los límites lingüísticos presentes en nuestro conocimiento del mundo.
Aquí aflora una de las ideas más radicales de Benjamin: la esperanza de redención a través del lenguaje. No una redención social ni moral en un sentido clásico, sino una forma de restitución simbólica del sentido perdido, como si ciertos usos del lenguaje (como el poético) pudieran despejar el velo que cubre todas las cosas. Es en este punto donde se entrecruzan a las claras mística y filología. Es así que el lenguaje, usado con fidelidad en su potencia reveladora, nos permite señalar más allá de lo que se puede decir con palabras.
La entrada Walter Benjamin y la filosofía del lenguaje se publicó primero en Ethic.