Hielo y pañuelos
1. EL DESCUBRIMIENTO DEL HIELO “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas... Leer más La entrada Hielo y pañuelos aparece primero en Zenda.

1. EL DESCUBRIMIENTO DEL HIELO
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.”
Este deslumbrante comienzo de Cien años de soledad revela un soberbio dominio del lenguaje. Su potencialidad mágica para crear a la vez imágenes y emociones, en un juego muy próximo al cine en su conjunción de poderosas imágenes y palabras, a la vez que una puerta abierta a los misteriosos secretos de la capacidad para narrar con palabras, sitúa este comienzo en las cúspides de la literatura.v
Hay otro momento que considero esencial en Cien años de soledad. Otro momento en el que la mistura de palabras, emociones e imágenes produce en el lector un sentimiento de complicidad, de inmersión total en el corazón de la novela. Tiene que ver con la amistad, con la melancolía que se entremezcla con la lejanía del amigo ausente, la soledad, un tiempo lluvioso… Este hermoso pasaje me recuerda por esas mismas razones al cine de Howard Hawks, basado siempre en los conceptos de amistad, siempre reservada para la intimidad, la suavidad de una melancolía que no se deja sino entrever y un aparente estoicismo que encubre comprensión, aliento.
“El coronel Gerineldo Márquez acudió aquella tarde a un llamado telegráfico del coronel Aureliano Buendía. Fue una conversación rutinaria que no había de abrir ninguna brecha en la guerra estancada. Al terminar, el coronel Gerineldo Márquez contempló las calles desoladas, el agua cristalizada en los almendros y se encontró perdido en la soledad.
—Aureliano —dijo tristemente en el manipulador—, está lloviendo en Macondo.”
2. EL PAÑUELO DE MISS HANNAH.
Cada vez me gusta más y aprecio más The Horse Soldiers (Misión de audaces, 1958), la película que John Ford rodó sobre la Guerra Civil, la Guerra de Secesión norteamericana, un tema del que era ávido lector y sobre el cual poseía un enciclopédico saber, y que consideraba una herida abierta que, como buen lincolniano, intentaba superar.
Misión de audaces, que adapta una buena novela de Harold Sinclair, a la que Ford y sus guionistas introdujeron cambios sustanciales, se basa en un hecho real, una gesta militar sin precedentes: el insólito, exitoso y brillante raid que el Coronel Grierson perpetró a través de las líneas del Ejército Confederado durante la denominada campaña de Vicksburg (3 de noviembre de 1862 – 4 de julio de 1863). Se trataba de una maniobra de distracción para permitir que los unionistas pudieran, finalmente, tomar la asediada, y vital, ciudad de Vicksburg, que se resistía a sus esfuerzos.
La película de Ford que yo vi de chaval en el cine Capitol de la Gran Vía madrileña la navidad de 1959, y que jamás he olvidado, va más allá de lo que el maestro ofreció en la denominada trilogía de la Caballería a fines de los años 40. Ford, filmando con su habitual vigor descriptivo y narrativo la cabalgada incesante de la acosada unidad norteña, sitúa la narración y su corazón dramático en un triángulo, el formado por el Coronel Marlowe (John Wayne), el Comandante médico Kendall (William Holden) y Miss Hannah Hunter, la orgullosa sureña a la que Marlowe toma como rehén cuando Kendall la sorprende escuchando clandestinamente los planes de la expedición. Este triángulo implica colocar en su vértice a Marlowe, un antiguo ingeniero ferroviario, militar austero, severo y competente, traumatizado por la temprana muerte de su mujer tras una cirugía de urgencia, que se orienta, humanamente y profesionalmente, en un enfrentamiento con Kendall, humanista, inteligente y nada proclive a las órdenes que contradigan su juramento hipocrático. Ese es el siempre contradictorio territorio de un Ford que conoce bien la guerra, la milicia y sus consecuencias devastadoras. Marlowe, asimismo, se conecta sentimentalmente con Hannah Hunter, que supone la idea fordiana de cómo superar la ruptura de la Secesión mediante la comprensión humana de los seres atrapados por el conflicto.
El hermoso e inolvidable final es imposible de describir sólo con palabras: la magia de Ford combina imágenes, acciones, unas escasas pero esenciales palabras, miradas, silencios, emociones y objetos, color, pantalla grande, toda la imaginería del cine clásico convertida en cine puro, ofrece la fusión de aquel triángulo dramático.
Las tropas de Marlowe están atrapadas entre una retaguardia de tropas sureñas cada vez más cercanas y un frente al otro lado del río de más tropas del Sur. Marlowe se enfrenta a éstas en combate sangriento y en el que resulta herido en una pierna. Curado de urgencia por Kendall, asistido por Hannah, el duro coronel regresa al combate. Necesita volar el puente sobre el río para dificultar la progresión de su retaguardia sureña.
Marlowe se despide de Hanna Hunter disculpándose por todo lo que le ha hecho pasar y le confía su amor. Podemos ver la emoción de la dama sureña por esa confesión, y cómo ella siente lo mismo por un mero cruce de miradas. Le anuncian a Marlowe que los sureños están muy cerca. Marlowe toma el pañuelo del cuello de Hannah y lo anuda al suelo. Kendall requiere a Hannah para curar a los heridos y le sugiere a Marlowe que lo que tenga que decirle que se lo diga más tarde. Hay nuevo cruce de miradas de mutuo respeto y comprensión, de afecto, entre el médico y el militar. Marlowe vuela el puente dinamitado, tras cruzarlo al galope. Hannah se queda allí de pie, con la mano en los ojos, intentando seguir con la mirada ese amor que se marcha de su vida. Kendall la toma del brazo y ambos se retiran hacia la cabaña de los heridos, pero aún así ella intenta mirar y mirar. Hacia un horizonte lleno de incertidumbre, amor y esperanza recién conquistados.
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