Ilimitado Henry James: 122 años de Los embajadores
En este clásico se acumulan los eventos para reconstruir del periplo el norteamericano Lewis Lambert Strether a través de nuestro continente, en pos de Chad Newsome, el díscolo vástago de la prometida de aquel. Los avatares secundarios (la estadounidense Maria Gostrey o la francesa Marie de Vionnet, entre otros) se conducen con inaudita astucia e... Leer más La entrada Ilimitado Henry James: 122 años de Los embajadores aparece primero en Zenda.

Moran las ausencias en el corazón de este sagaz y conmovedor relato, cuya esencia es “el misterio mismo, que no se puede explicar ni medir ni reducir a nada más”. Lo hemos releído regresando sobre lo redactado, hasta llegar al centro de lo narrado, para concluir, al igual que uno de los personajes: “Intenta definirme y te perderás en el intento”.
Con tantas y tan prolijas motivaciones, ¿quién será capaz de discernir lo verosímil de lo que no es? Gran parte del interés de la novela Los embajadores (1903) reside en lo que no se cuenta. Se cumplía en 2023 el 120º aniversario de la publicación de un clásico que nos sigue mostrando cuán ciegos seguimos ante nuestras propias añagazas.
Dos años después, seguimos recomendando esta denuncia escrita de cuán resistentes al raciocinio se muestran las fuerzas que alimentan nuestra sociedad cada vez más polarizada, este mundo que habitamos, el cual, al igual que el de la saga que nos ocupa, sigue siendo abstruso, tal vez porque “los muertos están más alejados de nosotros que los ausentes”.
Hemos vuelto a leer la saga Los embajadores pasados un siglo, dos décadas y dos años, como la clase magistral que es en torno a lo que su autor, Henry James (Nueva York, 1843 – Londres, 1916), consigue escribiendo. Avatares marginales como el acompañante americano de Strether, Waymarsh, están tan bien dibujados como los protagonistas, conscientes todos ellos de que “considerar detenidamente nuestros actos para asegurarnos de que son absurdos significa dedicarles más atención de la que merecen”.
Documenta el escritor estadounidense los estragos de las palabras recolocadas en el contexto de un espíritu finisecular que socava la autoridad de los puntos de vista compartidos, mientras hace colapsar la fe de la Ilustración en la santidad de los hechos, al afirmar que “la experiencia nunca es limitada y por lo tanto nunca es completa”.
Su relectura, a comienzos del siglo XXI, nos permite afrontar el daño en la comprensión que nos inflige la inteligencia, sobre todo la que hemos denominado “artificial”, arrastrados, como seguimos, por corrientes de tecnológicas disrupciones, hasta concluir que “nada hay más insidioso que las continuas señales que nos envía la lucidez”.
En una serie de inolvidables viñetas europeas, el crítico literario nacionalizado británico, clave en la transición del realismo al modernismo anglosajón, revela agudeza emocional y discreta sabiduría sobre el amor, la confianza, el matrimonio y la maternidad, así como sobre la naturaleza de una creación para la que “no hay nada como la conciencia de haber hecho lo que a todas luces era lo correcto”.
Crónica de un afecto compartido y meditación sobre la paternidad, el relator de Otra vuelta de tuerca, Retrato de una dama o Las alas de la paloma centra su atención en Strether, “embajador” en el viejo continente, en busca de Chad, al que su madre, la señora Newsome, espera impaciente en EEUU. De la mano de Henry James nos movemos en ese ámbito alternativo de tramas extravagantes y egos en pugna de la Europa de comienzos del siglo XX, frente a la que se nos insta a “fortalece[r] la mente en cualquier lugar y en cualquier momento”.
Una centuria, dos décadas y dos años después, la narración, reeditada por Editorial Montesinos en traducción de Carles Llorach, sigue desplegando su fascinación por la complejidad de la existencia y la forma en que interactuamos, competimos y, en el mejor de los casos, sobrevivimos: “Vive todo lo que puedas; es un error no hacerlo”. La pasión de este libro sigue siendo palpable a través de sus analógicas ideas, más que pertinentes hoy, víctimas como somos de las confabulaciones de la necedad digital.
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