Donde empieza el monstruo

Sophie White, novelista, ensayista y podcaster afincada en Dublín, obtuvo el premio Shirley Jackson en 2022 gracias a esta obra, galardón que compartió con El diablo te lleva a casa, de Gabino Iglesias, otra novela que también publicará Carfax en septiembre de este año. Que Donde yo termino recibiera tal galardón no me ha sorprendido... Leer más La entrada Donde empieza el monstruo aparece primero en Zenda.

Jun 15, 2025 - 18:05
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Donde empieza el monstruo

Hay libros que llegan con una promesa y la cumplen con creces. A finales del año pasado, realicé una entrevista a las editoras de la Biblioteca de Carfax —Shaila Correa y María Pérez—. Durante nuestra charla, anunciaron un título que ya entonces despertó mi apetito lector: Donde yo termino, de la irlandesa Sophie White. Me bastaron unas pocas frases suyas para saber que ese libro, tarde o temprano, me alcanzaría. Lo hizo hace unas semanas. Y aún no he conseguido sacármelo de la cabeza.

Sophie White, novelista, ensayista y podcaster afincada en Dublín, obtuvo el premio Shirley Jackson en 2022 gracias a esta obra, galardón que compartió con El diablo te lleva a casa, de Gabino Iglesias, otra novela que también publicará Carfax en septiembre de este año. Que Donde yo termino recibiera tal galardón no me ha sorprendido lo más mínimo: hay algo en esta historia —o en su protagonista y la relación con la comunidad donde vive— que la hermana con la mismísima Merricat Blackwood de Siempre hemos vivido en el castillo. Pero lo que en Merricat es juego malicioso —al menos al principio— y cierta ternura envenenada —en la relación con su hermana Constance— en Ailoean —la protagonista de White— todo se convierte en oscuridad y puro veneno. En ella, lo monstruoso ya no es sospecha: es certeza.

"Estamos en territorio gótico, sí, pero también en el de lo grotesco. Body horror, folk horror, todas las etiquetas con horror que queramos aplicar se quedan cortas"

Desde la primera página, la voz narrativa nos arrastra al centro mismo del horror. Ailoean vive en una isla, en una casa donde todo gime y rezuma: «De noche, mi madre cruje. La casa cruje con ella. A través de la fina pared que compartimos puedo oír cómo le gotean las hechuras por todo el cuerpo, igual que el agua por las paredes de la casa. Odio ese sonido». Su madre —la cosa, tal y como la llama Ailoean— es un cuerpo en estado vegetativo que su hija cuida con una mezcla de repulsión y hábito. No lo hace sola sino con su abuela, otra sombra —más que persona— de creencias oscuras y resignación. White elige una primera persona inquietante y envolvente —lo que llamamos una «narradora poco fiable», como lo era Merricat— que te arrastra en su visión torcida del mundo. Una voz contaminada por el abandono, la enfermedad, el aislamiento. Una voz superviviente, dolida y cruel, endurecida hasta el punto de haber perdido toda traza de humanidad: «Los cuerpos que no se usan apestan. Apestan más que los de otras personas, porque el hedor fermenta en las grietas. Está podrida, en descomposición (…). Insiste en apestar. Huele a mierda y fruta madura».

Estamos en territorio gótico, sí, pero también en el de lo grotesco. Body horror, folk horror, todas las etiquetas con horror que queramos aplicar se quedan cortas. Porque aquí todo lo que toca la historia se pudre: las paredes de la casa, los vínculos familiares, la piel enferma, el alma. Es una novela que se pega al cuerpo, sensorial, se huele, se toca y no da respiro —como la enfermedad, como la parte más oscura de las personas— ni cuando se cierra el libro. La tensión es creciente, repleta de pequeños detalles malsanos y de escenas incómodas, repulsivas, que Sophie White maneja y describe con una habilidad que perturba y fascina.

"Nos sitúa en esa grieta, en esa frontera borrosa entre lo innato y lo construido, entre la naturaleza original de lo perverso y la creación del monstruo"

Ailoean ha crecido en ese encierro físico y mental. En esa prisión doméstica que va desde la isla a la casa, a la familia —monstruosa— y al propio cuerpo enfermo de su madre. Y la aparición de Rachel —una joven artista recién llegada a la isla con su bebé— se convierte en el catalizador que lo precipita todo. Lo que surge entre ambas no es una amistad, ni una historia de redención. Es más bien un vínculo posesivo y violento, marcado por la inocencia ciega de Rachel y la obsesión tóxica de Ailoean. La fijación de esta por Rachel se materializa en una relación macabra, que pronto se vuelve parasitaria, peligrosa, como si en ella quisiera depositar lo poco que le queda de humanidad… o terminar de perderla.

En mi opinión, Donde yo termino no ofrece respuestas fáciles. Más bien nos sitúa en esa grieta, en esa frontera borrosa entre lo innato y lo construido, entre la naturaleza original de lo perverso y la creación del monstruo, moldeado a golpe de injusticias y maltratos. Sophie White dibuja con precisión de cirujana las pequeñas crueldades cotidianas: las del cuidado forzoso, las del desprecio de los vecinos, el aislamiento, el abuso, la convivencia con una enfermedad que no solo deteriora el cuerpo de la madre-cosa, sino también a quienes conviven con ella. Es un libro sobre cuerpos como cárceles, sobre vínculos asfixiantes e identidades deformadas por la culpa y el resentimiento.

"Habla de enfermedad y supersticiones, de dependencia y aislamiento, de obsesión insana. Pero también de cómo una identidad puede ser cincelada a fuerza de crueldades"

Al leer Donde yo termino no he podido evitar pensar en Cuando la oscuridad nos ama, de Elizabeth Engstrom —otro hallazgo de la Biblioteca de Carfax, ¡qué gran libro!—. Ambas obras comparten una escritura sensorial, densa, que nos obliga a tocar, oler, saborear lo abyecto. Pero si en Engstrom tocábamos la oscuridad, con White rozamos las heridas abiertas, palpamos la carne infecta y la mente enferma de Aiolean. En este sentido, la traducción de Natalia Cuevas hace justicia al original: hay algo muy incómodo que se cuela entre las frases. Y eso es parte del horror que no nos suelta al terminar el libro.

Donde yo termino explora donde más duele y se atreve a mirar de frente el lado más siniestro del cuerpo y de la maldad humana en una tensión in crescendo propia del mejor suspense que nos lleva al límite ante la indefensión, por ejemplo, de Rachel y el bebé. Habla de enfermedad y supersticiones, de dependencia y aislamiento, de obsesión insana. Pero también de cómo una identidad —la de Aiolean— puede ser cincelada a fuerza de crueldades. Porque al final, cuando todos te miran —y tratan— como si fueras un monstruo, ¿cómo evitar serlo? ¿Cómo no acabar confundida, sin saber dónde terminas tú y empieza el monstruo?

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Autor: Sophie White. Título: Donde yo termino. Traducción: Natalia Cervera. Editorial: Biblioteca de Carfax. Venta: Todos tus libros.

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