El sueño que gasta y salva la vida
Una de las razones del éxito es el acoplamiento que Juan Bolea realiza con los capítulos de la vigilia y con los capítulos de lo onírico. Y es lo primero que hay que destacar de Casa de indianos: la forma y la estructura que el autor ha elegido para reunir un contenido que ha sido... Leer más La entrada El sueño que gasta y salva la vida aparece primero en Zenda.

La historia de Casa de indianos, de Juan Bolea (Cádiz, 1959), cuenta cinco días y cuatro noches con seis sueños, donde el protagonista, Manuel Martínez Farriols, actor en sus vigilias y actor y escritor de teatro en sueños, es capaz de ver el futuro con días de antelación. Así que esto, que bien pudiera tirar al traste toda la verosimilitud y todos los fundamentos serios en torno al espacio y al tiempo narrativo, a los personajes y al narrador, nos trae una historia verosímil, aunque en un principio nos pudiera parecer la historia de un profeta bíblico.
El protagonista es un actor que se encuentra en un momento vital identificado, quizá, con la antesala del profesional del teatro acabado; es un hombre maduro, pero no vende ni encandila ya a su público. Durante los capítulos donde Manuel sueña, deja de sufrir y de estar desencantado y amargado por lo que ha de soportar en la vida. A pesar de estar muy enamorado de Elvira, y de que durante el sueño se convierta en un talentoso escritor de obras teatrales, en los sueños es un actor acabado y exprimido del todo.
El juego que nos ofrece Bolea es entretenido y divertido, hay que reconocerlo. No solo porque nos fuerza a tomar parte por cuál de los dos Manuel Martínez Farriols deseamos, si el que sufre en la realidad o el que sufre en la realidad de sus sueños, sino porque el tiempo narrativo, lejos de transformar la trama y el argumento en algo lleno de nudos gordianos dificilísimos de resolver por el lector, se ofrece como el espectáculo de un arco voltaico sometido a tal tensión voltaica que hace saltar chispas por todos los rincones de nuestra imaginación.
El sueño en el protagonista está provocado por el cansancio y el estrés. Dicho estrés quizá pudiera considerarse como hilo que conecta ambos escenarios, el de la vigilia y el del sueño, donde es común también la desesperación por la salvación de otro personaje. Para tratar de calmarse y descansar, nuestro protagonista se trasladará —también para escribir teatro— a una antigua casa de indianos que compró con tal fin: el asueto. Será este el escenario donde los sueños confluyan con el subconsciente del protagonista y con la realidad elevada a otra potencia que se le presenta delante de sí cuando despierta.
Juan Bolea correlaciona muy bien los deseos que Manuel Martínez percibe en los vivos con los que se relaciona durante sus horas de vigilia, y con los deseos que le procuran los muertos, aunque vivos, que aparecen durante sus sueños. ¿Habla realmente con los muertos dentro del sueño o no habla con los vivos que están ahí también, con él en el sueño? Esta dicotomía, esta tensión es un espectáculo para quien está leyendo con cierta fruición los distintos desenlaces, porque la verosimilitud, a pesar del juego de espejos y sueños, sigue sostenida, evitando, como sucede cuando tomamos y hacemos del sueño un recurso tramposo, aunque válido —y si no que se lo digan a Eurípides, que la inventó—, del Deus ex machina, del dios, con todo su artefacto, que aparece y lo soluciona todo; es la solución fácil.
Manuel Martínez Farriols no necesitará ni a un José bíblico que le interprete los sueños, ni un dios máquina que le resuelva el dilema al que se ve abocado, sino una mujer, llamada Elvira, a la que hacerle el amor con toda la concupiscencia y el deseo disponible le disponga para encontrar una solución real a sus situaciones oníricas.
La novela brilla por cómo viaja el vagón narrativo sobre el raíl de la estructura, repleto, eso sí, de temas afines a la naturaleza y al ambiente que genera lo onírico, como la experiencia cercana a la muerte, el subconsciente y la glándula pineal, así como la resurección y la búsqueda constante, aunque latente, del poder divino de crear vida, de reinventar, en alguna de sus partes, a un nuevo y moderno Prometeo. En realidad, Bolea nos enseña, de una manera original, el deseo del hombre que esta vivo por la salvación de otro que parece muerto, esté o no en el terreno de la vigilia o del sueño, sea o no un Frankenstein, o una simple y vaporosa entelequia. Seguimos queriendo ser como Dios y por eso, queremos resucitar a los muertos en otra versión de Mary Shelley. Mientras, escribimos.
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Autor: Juan Bolea. Título: Casa de indianos. Editorial: Menoscuarto. Venta: Todos tus libros.
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