No saben divertirse

—Cuando termino el entrenamiento, ya estoy pensando en el del día siguiente. A Enrique lo comprendo a la perfección. No en lo de hacer deporte como un descosido (yo con el estómago vacío no voy ni a dar una vuelta a la manzana porque me daría un parraque antes de llegar a la primera esquina),... Leer más La entrada No saben divertirse aparece primero en Zenda.

Jun 15, 2025 - 00:35
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No saben divertirse

Mi amigo Enrique, que tiene una adicción al crossfit que nos acabará causando un disgusto, me contó que se levantaba cada día a las cinco de la mañana, se iba sin desayunar a correr una media maratón y a levantar pesas como si lo hubieran condenado a trabajos forzados, y ya luego se daba una ducha y empezaba su jornada laboral. Después se cercioró de que su mujer no nos escuchaba, bajó la voz y me confesó:

—Cuando termino el entrenamiento, ya estoy pensando en el del día siguiente.

A Enrique lo comprendo a la perfección. No en lo de hacer deporte como un descosido (yo con el estómago vacío no voy ni a dar una vuelta a la manzana porque me daría un parraque antes de llegar a la primera esquina), sino en lo de alimentar una pasión que nos entretiene durante todo el día. Al igual que él, cuando llego a casa y me cambio de ropa, ya estoy pensando en cómo me voy a vestir al día siguiente. Es una fijación que no exteriorizamos, pero que rara vez nos abandona.

—¿En qué piensas?

—¿Eh?

—Parece que estás en las nubes. ¿En qué piensas?

—Ehhhh… en qué vamos a cenar. No sé si me apetece más carne o pescado.

No podemos decir que estamos pensando en las mancuernas de cien kilos o en la corbata grenadine y la camisa de rayas con pasador que nos esperan mañana. Nadie nos entendería.

"Los italianos, que en términos de indumentaria siempre nos llevan la delantera, distinguen entre cubrirse y vestirse"

A quien no entiendo yo, en cambio, es a la gente que renuncia al estimulante pasatiempo de idear atuendos, a todos aquellos que voluntariamente se privan de la feliz tarea de combinar colores, texturas y patrones. Es una incomprensión que se renueva cada día, aunque nunca logro acostumbrarme a ella. Salgo de mi casa buscando un síndrome de Stendhal y en todas partes no hallo más que spleen. Allá donde voy —la calle, el metro, los centros de trabajo, los cines, los teatros, los restaurantes— observo uno por uno a los hombres que pululan a mi alrededor y me hastía la grisura uniforme y la anodina vulgaridad de su indumentaria. Veo a esos hombres indistinguibles unos de otros, inmersos en su monotonía chabacana, y siempre me sobreviene, como un suspiro, el mismo lamento: “No saben divertirse”.

Para mí, el vestir es como el comer: ya que tenemos que hacerlo cada día, procuremos al menos que sea divertido. Los italianos, que en términos de indumentaria siempre nos llevan la delantera, distinguen entre cubrirse y vestirse. Cubrirse está al alcance de cualquiera, pero vestirse, como cualquier arte, no solo requiere finezza, sino también una cierta osadía para sortear los límites de lo convencional. Cubrirse es acomodarse a la banalidad. Vestirse es abrir la puerta a la diversión.

Vestirme me divierte tanto que dedico a esta labor grandes dosis de tiempo y de talento, y para divertirme todavía más me he inventado el juego del dandy. Para ello, he creado una lista en el móvil con todas las dandyprendas que poseo: once trajes, veintitrés pantalones, veinticuatro americanas, veintiséis chalecos y setenta corbatas (las que caben en mi corbatero giratorio con luces led). Las camisas y los calcetines no los he incluido en la lista porque me volvería loco, aunque de los calcetines sí os diré que los guardo en unos organizadores cuadriculados que parecen hojas de Excel. Como tengo varios iguales, cuando hago la colada, desplazo todos los de cada color a la izquierda y coloco los que he recogido del tendedero en las celdas que han quedado disponibles a la derecha. De esa forma, se van repartiendo los lavados de forma homogénea. Pero volvamos al juego del dandy.

"El juego del dandy es un desafío creativo que te obliga a usar todas aquellas prendas que siempre han quedado relegadas en el armario porque no son tus favoritas"

El objetivo de este juego es usar cada una de las prendas al menos una vez entre el 1 de septiembre y el 31 de agosto (porque para mí el año siempre empieza en septiembre y acaba en agosto). Conforme las uso, las voy tachando de la lista. Muchas veces solo tacho una mísera corbatilla, pero hay días gloriosos en los que consigo tachar un pantalón, una americana, una corbata y un chaleco. No sabéis el gustazo que esto me da y lo orgulloso que me siento. Tachar cuatro ítems de una tacada es lo que yo considero un día productivo. Y luego nos acusan a los dandys de ser unos vagos. Hay que tener muy poca vergüenza.

Me ha supuesto un gran esfuerzo, pero estoy en condiciones de anunciaros que tengo la lista de este año muy bien encarrilada. Eso sí, hay una americana de franela que no me he puesto y estoy sufriendo lo indecible por no poderla tachar. No veo cómo ponerme una chaqueta de invierno de aquí al 31 de agosto. Tendré que hacer un viaje al hemisferio sur para ganar el juego.

El juego del dandy es un desafío creativo que te obliga a usar todas aquellas prendas que siempre han quedado relegadas en el armario porque no son tus favoritas o porque resultan difíciles de combinar. Para graduarte con honores, debes lograr componer un atuendo con cada una de ellas, lo cual da lugar a formidables hallazgos. Es un juego extremadamente divertido.

"El dandy, en ocasiones, también debe tirar de galones porque, por mucho que se empeñe Baudelaire, no es posible ser sublime sin interrupción"

Hay días, sin embargo, en que uno no está para desafíos ni hostias. Como la ropa que vestimos es también un reflejo de nuestro estado de ánimo, en esos días mustios renuncio a los fuegos artificiales y opto por ciertas prendas de confianza en las que siempre me acabo refugiando y que me permiten cumplir sin alharacas con lo que se espera de mí.

En la época en que Nadal gobernaba la tierra (algún día os hablaré de mi pasión por Rafa), había una frase que los comentaristas usaban para señalar que había logrado derrotar a su rival sin jugar a su máximo nivel. Decían: “Nadal ha tirado de galones”. El dandy, en ocasiones, también debe tirar de galones porque, por mucho que se empeñe Baudelaire, no es posible ser sublime sin interrupción.

Conviene precisar, no obstante, que un dandy a medio gas circula a mayor velocidad que un hombre cualquiera quemando el motor, y es que los dandys de bien, los de verdad, los que tenemos el certificado de dandismo homologado por la Unión Europea, no nos permitimos, ni siquiera en los días de bajón, vestirnos de cualquier manera. El dandy es esclavo de la imagen que él mismo ha forjado, y por ello en ningún caso puede hacer una huelga salvaje de dandismo, sino que se ve siempre obligado a asegurar unos servicios mínimos.

Lo de los servicios mínimos me quedó claro el día en que acudí a clase con una americana de pana, una corbata de punto y —¡oh, herejía!— unos pantalones Wrangler (y con un poco de elastano, para mayor deshonra). Nada más llegar, un alumno me soltó:

—Profesor, ¿por qué ha venido en vaqueros?

"Desde entonces, por muy alicaído que me sienta, sé que debo sacar fuerzas de flaqueza para no caer eliminado y tratar de pasar a la siguiente ronda como sea"

Su voz y su mirada estaban cargadas de reproche, como si le hubieran cambiado al actor de una serie a mitad de temporada. Mi alumno llevaba rastas, chanclas y pantalones cortos, pero le parecía intolerable que yo, con lo que había sido, me presentase en vaqueros, por mucha corbata y americana con que pretendiese maquillarlos. Me sentí avergonzado por haberlo defraudado y borboneé para mis adentros: “Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir”.

Desde entonces, por muy alicaído que me sienta, sé que debo sacar fuerzas de flaqueza para no caer eliminado y tratar de pasar a la siguiente ronda como sea. Porque toda nueva ronda trae la promesa, como diría Rafa, de “recuperar sensaciones”, de recobrar la alegría de vestir, de admirarme una vez más de lo divertido que resulta ser un dandy.

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